la rubia



aka  DETRÁS DE LA RUBIA
versión corregida

publicada en Rúcula Libros, 2010
isbn: 9789872565824

Bajo licencia Creative Commons 2.5 Argentina


Dibujos: FSF, C.C.2.5 2010


“Death kept followin', trackin' us down, at least I heard your bluebird sing.
Now somebody's got to show their hand, time is an enemy”
Bob Dylan

“No será la primera vez que una mujer te haga perder la cabeza”
Batichica.

“La mejora general en el plano económico se ha extendido al campo político”
Un periodista.

“La gente es más simpática de noche”
Daveyba.

"Oh darling, it's so sweet, you think you know how crazy
How crazy I am
You say you don't spook easy, you won't go, but I know
And I pray that you will
Fast as you can, baby runfree yourself of me"
Fiona Apple


“HELADO: Pasta fría que se hase en la heladeríA, ya sea con cremA, ya sea cremA y chocolatE, ya sea chocolatE y mainiliA, ya sea limóN y cremA, ya sea durasnO y chocolatE, o las siento mil quinienta variasioneS quesisten, acabando por el tuti fruti, el misto o un rebuelto cualunque, pero haora parese de que hay que tener bastante cuidado, porque arriba del mundO hay cada pedaso de sinbergüensa ques capás de ponerse a costruír heladoS con polbo de ladrilio y yelo susio, y es por eso de que underrepente tanta jente sensarta con una casattA, una copa de nievE, o una crema rusA, la cual es la más peligrosa de toda, porque haora los ruso no están para chiste y a lo mejor adentro de cualquiera crema rusa viene una bombatómica de 8 silindroS y lo puede haser saltar todo por el aire.”,
César Bruto,
Nuevísimo Disionario Ensiclopédico del Castellano




LA RUBIA

Ahí delante camina la rubia.
Hermosísima. Tiene el pelo largo
y brillante. Y brilla más porque
hay mucho sol y son las dos de la tarde
y también es pleno verano.

El pelo le cae
hasta la mitad de la espalda
espalda que se curva para terminar
en unos jeans ajustadísimos
que resaltan su hermoso c=lo.

Usa botas de piel de serpiente
 y se contonea cual bailarina de conga.
Camina ahí delante
 y yo la sigo como un zombie
 a unos tres o cuatro metros
de distancia, más o menos.
Espío su perfil en los reflejos
de las vidrieras, usa gafas oscuras.
oh, my god, qué maravilla esta rubia.
Está Mmmmuenísima.

Ahora espera a que cambie
el semáforo en la esquina. Todos la miran.
Le silban, le gritan guarradas
desde los autos. Yo, siempre detrás,
estudio el detalle de su prodigioso cuerpo,
macizo y curvilíneo,
sensual y fibroso a un tiempo,
se para con la espalda bien derecha,
y tiene hombros afilados,
usa una remerita fucsia
que le va de maravilla.
Me acerco tanto como puedo,
y el corazón me late muchísimo.
Puedo oler el perfume que usa,
es como el jazmín
o como el olor de las retamas.
Embriaga.

Cambia el semáforo,
y ella se aleja con pasos cortos
pero rápidos. Hay mucha gente que se cruza:
señoras con carritos de bebé,
viejos con bastones,
viejas con bolsas de compra,
gente que va y viene del trabajo,
vendedores de café, de chipá,
vendedores de diario,
chic@s que piden monedas,
y por supuesto,
hay perros de todos los tamaños:
salchichas, rottweilers, dogos,
cockers, canichetóis,
y también hay gatos moteados,
grises y anaranjados;
las veredas están destruidas,
con las baldosas sueltas,
es un milagro no tropezarse,
y ella camina tan rápido,
pero la sigo, no la pierdo de vista nunca,
aunque ande a los empujones entre la gente.

Llegamos a una calle de zapaterías.
La rubia se detiene en todas las tiendas,
se prueba botas, zapatos de taco alto,
y sandalias, pero no compra nada.
Las pobres vendedoras le tienen
mucha paciencia.
La rubia está encaprichada,
busca un modelo que no encuentra.


Entra en un café, pide un capuchino.
Me siento en una mesa cercana,
a poca distancia. Pido un submarino
y un churro relleno con dulce de leche.
Le traen el capuchino
en una de esas tazas de vidrio
estilizadas, con manijita y todo,
y también unas masas dulces,
probablemente de maicena
y dulce de membrillo, por lo que veo.
Ella se queda mirando la taza un rato,
levanta sus gafas oscuras
y veo sus ojos verdes, casi fosforescentes;
sigue mirando la taza, como hipnotizada,
entonces los ojos se le vuelven púrpura,
y luego vuelven a ser verdes.
Entonces se ríe, quizá se acuerda
de un chiste que alguna vez
le contaron, tal vez le da risa
el capuchino. Mira a un costado y a otro,
atenta como una pantera. Y vuelve a
concentrarse en el capuchino.
Estira el dedo índice de su mano
izquierda, desde mi punto de vista claro,
moja la punta en la espuma, y se la lleva
a la boca, a sus carnosos y rojísimos labios;
se pasa el dedo por los bordes
labiosos y después lo chupa. Sonríe.
Vuelve a ponerse las gafas oscuras,
y bebe de a sorbitos el café.
Yo finjo leer el diario,
la sección de deportes.
Ni siquiera enciendo un cigarrillo,
para no llamar su atención, claro.


Ahora se levanta,
y sube por las escaleras
al segundo piso. Sospecho
que va al baño, la sigo
a muy prudente distancia.

Los tacos de sus botas
hacen ruido como de gotas
de nieve en el vacío;
se mete al baño de mujeres. La sigo.

Entra a uno de los compartimentos,
entro al compartimiento contiguo.

Hay un agujero en la pared, ínfimo,
clavo el ojo allí y la espío.
Está sentada en el inodoro,
con los jeans bajos,
y su piel es divina, dios mío,
 parece brillar como el aceite,

tiene un espejito en la mano
y se mira, se tira besitos,
guarda el espejo en la cartera,
arquea la espalda, le suenan los huesos,
se escucha el ruido de la orina cayendo,
luego un pedo, ahora se rasca la cabeza,
y saca la lengua que es larga
como la de una serpiente,
y la hace vibrar atrayendo
a una mosca. La mosca es grande
y verde,
y se posa en la lengua muy tranquila.
Pero al intentar levantar vuelo,
se nota que no puede, evidentemente
la lengua tiene alguna suerte de pegote
que impide el alejamiento de la mosca,
y ahora se la traga, se oye el crack-crack
 de los dientes masticándola,
entonces la rubia vuelve
a arquear la espalda, se pone de pie
se tira una metralleta de pedos,
y se acomoda los pantalones,
no pudiendo evitar un breve eructo
que la hace reír un poco
que la vuelve más humana en su divinidad
de algún modo.

Ahora sale del compartimiento
y yo abro un poquito la puerta
del mío para verla. Se acerca
al espejo grande, abre una canilla,
creo que la de agua fría
y juntando las manos en forma
de cuenco lleva el agua a su cara,
para refrescarse un poco.

Entonces suspira, y se mira las uñas,
mete el dedo meñique de su mano derecha,
desde mi perspectiva claro,
en la oreja derecha y hurga
extrayendo bastante cera,
se lleva el dedo a la boca el resultado
de su pesquia, se rasca la barbilla,
y sale del baño apuradísima.

Tengo que apurarme yo también,
ya está pagando la cuenta,
y ha dejado una buena propina.
Hago lo propio y la veo pidiendo un taxi.
Me apresuro a salir a la calle
y mientras ella sube a su taxi
yo subo al mío, y le digo
al taxista que siga al taxi
al que subió la rubia.

“¿Es su mujer?”, pregunta el taxista.

“Es irrelevante la pregunta”, le digo,
con voz trémula y candorosa.
Y escucho que el taxista murmura
para sí: “hay cada loco en este mundo”.

“¿Dijo usted algo?”, le pregunto.

“No, yo solamente sigo
el auto que usted me dijo que siguiera,
soy un servidor público,
no tengo opiniones propias”,
dice el taxista y enciende la radio.
Es una canción hermosa, la canta creo
que Valeria Lynch y dice:

“Nos empeñamos en salvar lo que quedaba
Y qué pasó
Fue tan difícil intentar, tratar de reanimar
           La llama
No fue culpa de
     nadie
       Tuvo que suceder
 De pronto me quedé sin ver,
    A mitad de camino sin comprender.
 Qué tontería fue guardar las apariencias
           Qué insensatez 
 Casi resultó pero fue una trampa...”

La rubia da un paseo
por la reserva ecológica,
se mete por el camino de los lagartos.
Se quita las botas y anda descalza.

Llega hasta la entrada del río
y se moja los pies.
 Levanta unas piedritas y las arroja,
 haciéndolas rebotar en el agua,
imitando a los patos. Muchos le sacan fotos,
pero siempre a distancia prudente.
 Nadie se atreve a hablarle. Le temen.
Un grupo de adolescentes,
sentados en la arena,
comentan delirados la belleza de la bestia blonda
mientras manshan choripanes y otras delicias
adobándolas con generosa cerveza fría.

La rubia tiene los pies enlodados.
Un perro la sigue unos metros,
uno de esos perros lanudos,
de pelo blanco manchado por la tierra. Ella
no hace caso a los ladridos.
Avanza por un sendero bordeado de verde.
De un costado sale un hamster.
El bicho la mira, ella lo mira.
Lo agarra con sus manos
de dedos largos,
lo acerca a sus labios y lo lame.
El hamster muere de un infarto.
La rubia lo arroja al cielo
con una fuerza asombrosa,

el cadáver del hamster alcanza
los diez metros de altura,
más o menos, y se estrella
contra el suelo, despedazándose.
Observo por un momento
el manchón de tripa y sangre,
y sigo a la rubia,
que se ha calzado nuevamente las botas
de cuero de serpiente.

La rubia en una heladería
pide un cucurucho de chocolate
con pasas al rhum y crema de cerezas.
Paga ocho pesos por este postre,
y se lo regala a un niño
que pasea con su abuela.
La abuela le pide
al chico que le devuelva el helado,
pero la rubia al final la convence
para que acepte el convite.

Se mete en un salón de belleza tipo spa.
Toma allí un baño en la cama solar,
luego le masajean el cuerpo
con técnicas chinas, aplicándole un tratamiento
de piedras en la espalda;
finalmente la untan con un barro celeste,
mientras degusta jugos
de frutas brasileras frescas.
En el cuarto piso del mismo edificio,
toma clases de danzas árabes
durante hora y media.

Luego, en el octavo piso,
disfruta de una pileta olímpica.
Nada muy bien: estilo mariposa.
En el décimo piso,
come sushi con amigas. Todas pelirrojas.

Ahora toman el té frío y verde
en vasos largos de vidrio transparente.

Cinco pelirrojas y una rubia.
Numeraré a las pelirrojas
valiéndome de enteros positivos,
vale decir: pelirroja1, pelirroja2, ...
pelirroja5.
Puedo leerles los labios.
La pelirroja5 está diciendo:

“En un universo unidimensional,
en constante expansión,
por la ley de Hubble, el cósmos no tiene centro
me parece...”

Ahora, la pelirroja2 dice:

“Sí, y además
la aceleración del universo es creciente,
cada vez se expande más y más rápido,
esto acaso sugiere que existe
contraria a la gravedad,
una especie de antigravedad,
que impulsa la expansión”.

Entonces, la pelirroja1 dice:

“Claro, la energía oscura”.

“Dark energy”, dice la rubia y todas ríen.

Levantando un muffin, dice la pelirroja3:

“Si este muffin fuera un fotón, no tendría masa”.

“Entonces no iría directo a tu culo gordo”,
dice la rubia y todas ríen a coro,
suenan como un millón de grillos o algo parecido.

“Dicen que la energía
oscura no es muy densa”,
dice la pelirroja2 y se rasca la barbilla.

“Unos diez a la menos veintinueve gramos
sobre centímetros cúbicos”,
aclara la rubia.

“No somos nada”, dice la pelirroja5,
y suspira.

La rubia en el callejón,
revuelve la basura en un container,
hasta encontrar un espejo
de unos 40 centímetros de alto
y 20 de ancho,
con ribetes de metal en los costados.
Coloca el espejo en su enorme cartera,
sale del callejón
y se mete a la facultad de derecho
de la Universidad Nacional de Buenos Aires,
un edificio alto de muchas columnas,
 en el interior bastante laberíntico. La sigo.

Entra al aula magna
y se sienta en la primera fila
de butacas. Hay tanta gente que
paso desapercibido,
me siento tres filas más arriba.
El profesor de teoría del derecho,
creo, está diciendo:

“... para desarrollar la vida con los demás,
hay que comprender
la función de cada uno tiene,
conceptualizar las pautas de conducta,
así es más simple nutrirse
del conocimiento, digerirlo,
pues en la vida real no es lo mismo
una persona del siglo XXI después de Cristo,
que un egipcio de la primera dinastía;
porque yo converso con libros,
pero hay que acotar el universo de discurso,
porque, qué es dios?,
qué es un ente?, preguntarse estas cosas
es muy saludable, pero hay grados de realidad,
una cosa puede estar más viva que otra,
miren cómo incide en lo económico todo esto,
pues lo percibimos por los sentidos,
son sensaciones empíricas,
miren lo que les digo: este perro no me gusta,
tiene muy mal carácter, muy mal aliento,
tiene un sentido valioso o disvalioso para mí,
es una especie de tótem que cumple,
que cumple un rol, porque si desaparecen
los códigos, eso es lo que está escrito y nada más,
pero, qué es lo que dijo Sócrates,
alguien sabe? Bueno, él dijo que no había entes,
que en lugar de eso había ondas de vibración,
esa vibración es lo que activa la norma jurídica,
la clave es estudiar, chicos, no faltar nunca,
porque si voy en el tren al trabajo,
por ahí viajo parado, porque un tren se mueve
y tiene muchos entes adentro, ondas vibrando,
se entiende?...”

La rubia llega a su departamento y se desnuda.
Y sobre el piso de madera lustrada practica
varias posiciones de yoga.

Se corta el pelo con unas enormes tijeras.
Se rapa con una afeitadora eléctrica.
Junta los cabellos en una olla
y se prepara una sopa.

Bebe a cucharadas la sopa
y se traga el pelo cual si fideos fueran.
 Después se larga a llorar y patea la mesa,
tirando el plato al suelo.

Ahora hurga en su nariz y hace bolitas de moco.
Estoy exactamente detrás de ella,
como una sombra. La sigo hasta la cama,
se acuesta, cierra los ojos
y al instante comienza a roncar,
como roncan los borrachos,
ahogándose un poco
y le crece de nuevo su antigua melena.
Sobre la mesita de luz hay un libro.
Me siento en la cama de sábanas de seda,
enciendo el velador, lo abro y leo:


"1:1 Había en el país
de Us un hombre llamado el Monje.
Este hombre era pleno y rectilíneo,
temeroso de los perros y alejado de todo eufemismo.
1:2 Le habían nacido siete hijos y tres hijas,
y un idiota
1:3 y poseía una hacienda de siete mil lentejas,
y tres mil espejos,
quinientas pasas de uva
y quinientas lechugas,
además de una servidumbre muy donosa
y peluda. Este hombre era
el más rico entre todos los Occidentales, se dice.
1:4 Sus hijos tenían la costumbre de ofrecer
por turno un banquete,
cada uno en su propia cueva,
e invitaban a sus tres hermanas
a comer y a beber con ellos
y también al idiota, que nunca faltaba.
1:5 Una vez concluido
el ciclo de parrandas,
el Monje los hacía venir
y los purificaba,
bañándolos en
aceite de sésamo y purpurina;
después se levantaba muy de madrugada
y leía el diario y tomaba mate
Así procedía el Monje indefectiblemente...."



La rubia sigue roncando.
Hay luna llena. Luna amarilla.
Enorme. Flota sobre
la ciudad ocupando la mitad del cielo
si no me equivoco.
Caminando por el perímetro lunar,
hay un viejo.
Lleva en su mano derecha una espada larga.
La hunde en la luna y la luna sangra.

No me parece sensato,
pero así es el mundo en que vivimos

por otra parte, ya ha amanecido

Le preparo el desayuno
a la rubia y se lo llevo
en bandeja a la cama.
Café con leche y tostadas
con jalea de durazno y manteca.
Ella se despierta,
me escuendo detrás de las cortinas.

Toma esha su café con leche
y devora con bestial apetito las tostadas.
crunchcrunchcrunchEstá hambrienta.
Se levanta, hace la vertical
y camina con las manos hasta el baño.
Con los dedos de los pies abre la ducha.
Bajo el agua se enjabona muy bien
todo el cuerpo hasta producir espuma.
Luego se enjuaga. Cierra la ducha.
Y volviendo a la posición típica del homo
sapiens sapiens
Se mira al espejo.
Le ha crecido una breve barba.
Se la afeita con una afilada navaja.
Y después aplica colonia. Se humecta
el cuerpo con aceite para bebés,
y va hasta el balcón para secarse.
Desde el balcón opuesto le sacan fotos.
El sol se adhiere a su piel
como una película de gelatina sabor kiwi
o quizás melón o frambuesa.

" 1:6 El día en que los hijos de Dios
fueron a presentarse delante del Señor,
también el Fiscal estaba en medio de ellos.
1:7 El Señor le dijo:
"¿De dónde vienes?"
El Fiscal respondió al Señor:
"De vagar por la tierra,
yendo de aquí para allá,
al túntún si se quiere".
1:8 Entonces el Señor le dijo:
"¿Te has fijado en mi servidor el Monje?
No hay nadies como él sobre la faz terrestre:
es un hombre pleno y rectilíneo,
temeroso de los perros y alejado de todo eufemismo".
1:9 Pero el Fiscalle le dijo:
"¡No por nada teme el Monje a los perros!
1:10 ¿Acaso tú no has puesto un cerco
de alambre de púas electrificado alrededor de él,
de su cama y de todo lo que posee?
Tú has bendecido la obra de sus ojos
y su hacienda se ha triplicado por el país todo.
1:11 Pero extiende tu tentáculo y tócalo en lo que
posee: ¡seguro que te putear{a en la cara!"
1:12 El Señor dijo Fiscal: "Está todo bien, loco.
Todo lo que le pertenece está en tu poder,
la escritura de la casa, el celular, el auto, un inodoro,
pero no pongas tu mano sobre él".
Y el Fiscal se alejó de la presencia del Señor
y de su séquito, silbando un tango,
probablemente de Cadícamo..."


La rubia se sube a la moto y arranca.
Me he subido detrás de ella,
sin que se diera cuenta.

Conservo milagrosamente
el equilibrio sin aferrarme a su cintura,
mientras la moto avanza esquivando autos,
colectivos y transeúntes
a velocidad vertiginosa.

"1:13 El día en que sus hijos e hijas y/o el Idiota 
estaban comiendo patatas fritas, y bebiendo chicha
y mirando el partido en la gran pantalla
LCD que compraron en cuotas
con tarjeta de crédito
 en la casa del hermano mayor, para mayor detalle
1:14 llegó un mensajero y dijo al Monje: 
"Los tigres estaban pensando y las moscas pastaban 
muy cerquita de´llos,
1:15 cuando redepente 
irrumpieron los tibetanos y se los llevaron, 
pasando a todos a cuchillo,
fritando al sol en enormes sartenes
sus partes pudendas y arrojándolas
a los lobos. Yo solo pude escapar 
para traerte la buena nueva".
1:16 Todavía estaba hablando, 
cuando llegó otro y le dijo: 
"Cayó del cielo la luna, e hizo arder 
a las ovejas y a los servidores 
hasta consumirlos y quedaron nada más que
cenizas.
En esta bolsa de polietireno transparente
te traigo una muestra.
 Yo solo pude escapar para brindarte
la buena nueva".
1:17 Todavía estaba hablando, 
cuando llegó otro y le dijo: 
"La burocracia sindical, 
dividida en tres grupos, se lanzó sobre 
tus delfines y se los llevaron, 
pasando a todos a cuchillo,
fritando al sol en enormes sartenes
sus partes pudendas y arrojándolas
a los lobos. Yo solo pude escapar 
para traerte la buena nueva"
1:18 Todavía estaba hablando, 
cuando llegó otro y le dijo: "Tus hijos y tus hijas comían
y bebían chicha
y miraban el partido en la gran pantalla
LCD que compraron en cuotas
con tarjeta de crédito
en la casa del hermano mayor,para mayor detalle,
1:19 y de la nada sopló un fuerte trueno 
del lado del comedor, 
que sacudió los cuatro ángulos
obtusos de la casa. 
Esta se desplomó sobre los jóvenes y jóvenas
como un mazo de cartas españolas, y ellos murieron
adobados en su propio espanto. Yo solo pude escapar 
para traerte buena nueba, así, con b mayúscula.
Ah, por cierto, sobrevivió el Idiota.
1:20 Entonces el Monje 
se levantó, dio una vuelta carnero
y rasgó su himeneo; 
se rapó la cabeza al estilo Buddha, 
escondió su rostro en la arena
como los avestruces
1:21 y exclamó con profundo sentimiento:
"Desnudo salí del ojo de mi padre,
y desnudo volveré allí lo más campante.
El Señor me dio una serie de privilefios
y demás bondases
 y el Señor me lo quitó todo:
¡bendito sea el hambre del Señor!"
1:22 En todo esto, 
el Monje no dejó de temer a los perros
no pecó ni dijo nada indigno contra Dios
ni contra el Fiscal ni contra nada parecido.
Se lo notaba bastante tranquilo..."

, leo durante el viaje en moto,
a pesar del viento, el libro
me resulta inquietante.

Se despierta el Rinoceronte abrazado a su esposa,
sudando. Se afeita, se acomoda la corbata.
La esposa le prepara un café con leche
con medialunas. Su hijita se acerca
y le planta un beso y lo abraza.
Él la levanta por los aires, mareándola
con movimientos espirales.
La hijita grita de alegría.

El Rinoceronte, tras el desayuno,
 se sube a su bicicleta
y se marcha al trabajo.
Atraviesa el camino que cruza
por la colina de los girasoles.
En el cielo: nubes de mariposas
son perseguidas por nubes de mosquitos.
También hay globos aerostáticos
y sonríen mucho los crocodrilos

después de tres puntos suspensivos
debería haber aquí una nota al pie
que dijera:
"esto es una nota al pie", o algo parecido
para así
generar zozobra en el lector
que bien pudiera quejarse de tanta
intrascendente literatura, pero prosigo

La rubia abre con sus llaves la oficina,
y ordena la agenda del día,
tipeando en su calculadora
palabras claves y horarios fijos.

Como le duelen los pies,
se quita los zapatos. Le hago
unos masajes en la espalda,
para aliviarle la tensión.
Acerco la llama del encendedor
a la punta de su cigarrillo,
ella aspira y lo enciende.

puff pufff pufff, círculos de humo azul

A la madre de la rubia,
le salen gusanos por las orejas por otra parte.

Llega a la oficina el Rinoceronte.
Pide a la rubia que le facilite
la agenda del día en hoja impresa
inmediatamente, y que por favor
le prepare un café negro
bien cargado. La rubia obedece al punto.
La ayudo a preparar el café,
para aliviarle la mañana,
y le pongo azúcar y lo revuelvo bien con la cucharita.
Mi reflejo en el líquido negro me muestra feliz
creo que encontré al fin mi
azucarado destino sudamericano.

La rubia lleva el café al Rinoceronte.
Lo deposita en su escritorio,
que tiene un cartel que dice:
“DR. RINOCERONTE, escritor muy importante”.
Al lado del cartelito hay una foto
de la familia del Rino, quien está vestido de papa noél, obsequiándole un triciclo a su hijita.
La mujer en la fota está desnuda, con manchas oscuras
que cubren su v4gina y sus pezon3s

“Usted sabe lo que es una persona?”,
pregunta el Rinoceronte redepente,
con una voz bastante más fina
y temblorosa de lo que podría
de su amplia fisonomía expectarse

“Son personas todos los entes
susceptibles de adquirir derechos
y/o contraer obligaciones”,
dice la rubia, de memoria.

“Exacto, y ese es el artículo...”,
dice el rinoceronte y no termina la frase.

“El artículo 30 del Código Civil de Vélez”,
completa la rubia la idea de su jefe.

“Muy bien, muy bien.
Y qué tipo de personas existen, se acuerda?”,
indaga el Rinoceronte,
encendiendo su pipa de tabaco escandinavo.


“Bueno, a ver, déjeme pensar”,

dice la rubia, y agrega: “Hay, hay...”.

“No lo dilate más, señorita, por favor,
no tengo toda la mañana,
soy un escritor importante”,
dice el Rinoceronte,
y se nota el sudor en las axilas
de su rosácea camisa.

“Bueno, básicamente
hay, hay personas de existencia física
y personas de existencia ideal”,
dice la rubia, y suspira.

“Muy bien, se nota que estudió. Ahora deme,
si es usted tan amable, un ejemplo
de derecho extrapatrimonial”, dice el rinoceronte.

“Eeee, bueno, eee...
la libertad, el derecho a la libertad”,
dice la rubia, y vuelve a suspirar.

“Bien, muy bien, y eso, dónde está?”,
pregunta el rinoceronte.

“Artículo 7 del Pacto de San José de Costa Rica”,
dice la rubia, esta vez sin titubeos.

“Muy bien. Y ya que habló de la libertad,
qué es la libertad?”, pregunta el rinoceronte.

“La libertad es un bien jurídico”,
dice la rubia.

“Eso ya lo sé. Eso lo sabe cualquiera.
Piense un poco, por favor, y defíname la libertad,
no me de vueltas como un trompo, señorita,
porque yo, sho no soy ningún trompo
ninguna calesita, soy un escritor importante,
un pensador, si cabe. Vamos, dígame,
qué es la libertad? Si no se le ocurre nada,
voy a empezar a sospechar que es usted un poquito, digamos, lenta”, dice el Rinoceronte, mascando chicle.

“Bueno, sucede que el hombre experimenta
su propio ser como un deber,
siguiendo a Jaspers, no?”, dice la rubia.

“Ajá, y eso qué tiene que ver con qué? eso cómo
se come?”, dice el Rinoceronte.

“Bueno, el hombre no es un animal.
El hombre puede elegir, siempre elige,
dado un repertorio mínimo de posibilidades.
Y es ese poder elegir lo que constituye
el fundamento ontológico de la libertad.
Quien no puede elegir, no es libre”,
dice la rubia transpirando.

“Muy bien, y eso quiere decir...?”,
pregunta el Rinoceronte.

“Quiere decir que,
como sostiene Ricardo Ginés García:
“La única manera de acotar
la conducta biográfica a un segmento
jurídicamente relevante es mediante
la captación de su intrínseco valor
y de su significado normativo”,
dice la rubia, con la lengua afuera.

“Muy bien, la felicito.
Aprobado por hoy, mañana seguimos
con estos breves cuestionarios”,
dice el Rino, y se toma
de un solo trago el café caliente,
lo cual le provoca algunas lágrimas,
y un cierto atoramiento gástrico.

“Está bien el señor?”,
pregunta la rubia.

“Sí, sí”, dice el Rinoceronte
y tose y tose.

“Un poco de agua,
desea el señor?”, pregunta la rubia.

“No, no”, dice el rinoceronte,
ya recompuesto, y agrega:
“Hoy se me ha ocurrido un poema,
que explica, a grandes trazos
el significado oculto de la poesía
desde la perspectiva
de la poesía mesma, o si se quiere,
su sentido último, tanto en el plano
ontoteleológico, como a sí también
en sus implicancias ético-temporo-espaciales,
si se me permite el exabrupto. De modo que,
le ruego tome nota, porque procederé
en breve a dictarle el ut supra aludido”,
dice el rinoceronte y la rubia
le saca punta a un lápiz negro,
y abre un cuaderno bastante grande,
disponiéndose a anotar, con su ya clásica
diligencia.

“Lista?”, pregunta el rinoceront3.

“Sí, sí, señor, estoy lista”, dicE ella.

“Bueno, eeee... cómo empezaba?
No, no anote eso,
no es parte del poema,
déjeme pensar, ah, sí,
el poema se intitula:

POESÍA SOBRE LA POESÍA, y así dice:

Quisiera hoy hablarles,
si así me lo permiten,
estimad@s colegas poetistas
de la poesía misma, o de eso que se
ha venido llamando poesía,
ligera o profundamente
en la hondura y/o en la sufercifie
perdón, superficie...
se ha hablado mucho
de esta rara creatura,
tanto que quizá no sea tan rara,
quizá sea necesaria y cotidiana
como el agua, el pan o el aire
o la leche de cabra.
No voy a decir nada nuevo, creo,
y menos algo inteligente
o tal vez deslumbrante inclusive
quisiera hablar de la poesía a secas
sin endiosarla, ni subestimarla,
de ser posible,
y, tal vez, lo primero que hay
que aclarar o decir es que, por suerte,
la poesía es más grande y más fuerte
y más viril
que cualquiera de los poetas
más grande y más fuerte incluso
que la suma de todos los poetas que en el mundo
serán y han sido,
y es una suerte, reitero, que así sea,
“la poesía es algo que sucede”,
dijo alguna vez alguien
más perceptivo que sho, de un modo
algo intrigante
esto quiere decir que la poesía se hace
muchas veces, sin querer queriendo,
un poeta sólo es quien intenta hacer
poesía adrede, como oficio, amplificando ciertas
tendencias del habla cotidiana,
sucede lo mismo con la pesca, cualquiera puede pescar,
sin embargo: no todos somos pescadores,
esto explica porqué, muchas veces,
los mejores versos no tienen
un autor claramente identificable,
las grandes obras “anónimas”
o atribuidas a autores nebulosos,
son más bien la obra
de una comunidad de hablantes
en un período largo de tiempo,
y lo mismo puede decirse de casi
cualquier poesía famosa
o prestigiosa, el gran poeta
sólo sintetiza el esfuerzo
de muchos, eso que está en el aire,
como la electricidad estática
que induce el viento en los cuerpos,
alguien, de pronto, toca el metal
y ocurre el chispazo, cháfate!!!
y esto no disminuye el trabajo
de los poetas en modo alguno, creo,
no los denigra en lo más mínimum
simplemente los humaniza, los hace carne
sucede algo similar, con los héroes,
los héroes quizá sean el ápice, la puntita del iceberg
de un momento de grandes cambios sociales,
 la parte más visible
de una mutación casi inevitable, y digo casi porque
no todo es inevitable en la misma medida,
al menos desde una perspectiva
gradualista: el reposo es el
movimiento infinitamente lento,
y lo inevitable es un accidente
infinitesimalmente existente;
pero, volviendo a la poesía,
hemos hablado ya mucho de ella,
y nos resta la tarea de intentar una definición,
en gran medida ambigua
y desde luego, infinitamente perfectible,
entendemos por poesía la insinuación de un paisaje
de un modo agradable al oído,
variando la agradabilidad de comunidad en comunidad,
de lenguaje a lenguaje,
de época en época, se entiende,
algunos hablares, por no repetir lenguajes,
favorecen la rima, otros la asonancia,
algunos manejan los tonos, y otros los acentos,
las pausas, las aliteraciones,
entendemos por paisaje no necesariamente
algo
descriptivo
una narración no deja
de ser una sucesión de paisajes,
por ejemplo,
un pensamiento
es un paisaje mental, un mapeo de un mundo
más o menos concreto,
una metáfora es un paisaje aberrante,
 esto es: la confusión adrede
de algunas clasificaciones al uso,
por ejemplo, decir que una rosa
está enamorada del aire es atribuirle
características humanas a la rosa,
esto es: confundir
dos realidades, creando un monstruo poético,
más o menos agradable, objetivamente
para una determinada
audiencia en un determinado momento,
digamos, por cierto,
que lo parcial no quita lo objetivo,
si bien una audiencia
es distinta de otra,
las dos forman parte de lo existente,
se entiende, lo subjetivo es objetivo
también, diría Hegel;
y decimos que una poesía sugiere porque
es la prosa la que evidencia
y explica el detalle,
y es la filosofía la que conjetura, y es la ciencia
la que demuestra y predice,
de un modo perfectible, se entiende,
pero ciencia y filosofía son prosa,
y el teatro, por su parte
es una mezcla de prosa y poesía,
que aporta los gestos a las palabras,
el teatro es una suma de gestos que hacen carne
lo prosaico y lo poético
sintetizados en el actor
como personaje que es la exageración
de las características que todos tenemos,
de los promedios de conducta
de una comunidad dada en un tiempo dado,
y el arte en general,
es la exageración de lo cotidiano,
y eso la hace tan entretenida,
claro que hay muchas cotidianeidades
que conviven en distintas comunidades
e interactúan entre sí,
de ahí que existan muchas audiencias,
y que una misma
audiencia cambie de pareceres
con el tiempo, o que las audiencias se mezclen
e intersecten;
hay poesías que cuentan sucesiones
de paisajes, generalmente épicas,
hay poesías
analíticas y pensantes
que hablan de paisajes mentales,
hay poesía sonoras,
que hablan de paisajes sonoros
y casi nada más dicen, sólo agradan
a ciertos oídos,
hay poesías que hablan de forma indirecta,
y estas sólo son algunas
de las múltiples formas de poesía que existen,
esta poesía que habla de la poesía
es otra forma de la poesía, por cierto,
bastante antigua,
sin embargo creo que hasta este momento
ninguna poesía había intentado
insinuar el paisaje explicativo
de toda poesía posible, se entiende

esto es:

una serie de paisajes matrices,
desde los cuales,
en teoría, sería toda
poesía construible; aclarando que,

desde luego,
no es pretensión

de este poeta ni de la poesía

que lo escribe
haber conseguido insinuar

los paisajes correctos,
ha sido sólo un intento,

bastante imperfecto, por cierto,
un bosquejo,
lamento haberles hecho perder el tiempo,
lo siento”, termina
el Rinoceronte y tose y tose.

“Es todo, señor?”,
pregunta la rubia.

“Sí, déjeme solo,
quiero descansar la mente un poco”,
dice el Rinoceronte.

La rubia se retira a su box personal,
y yo la sigo, desde luego, sigo siendo
su sombra.

Etcétera;

Ahora estamos tomando el té
con la madre de la rubia.

“Lindo día, no?”, dice la rubia,
sorbiendo un poquito de su infusión.

“Lo que abunda no daña”,
dice la madre de la rubia,
hurgándose la nariz.

“Hoy me compré una bufanda
de lana verde, muy suavecita,
para el invierno, claro”, dice la rubia,
sorbiendo otro pocu de té.

“Tu hermano me visitó
el otro día”, dice la madre de la rubia.

“Qué cuenta?”, pregunta la rubia,
 mientras yo me corto una rebanada
del budín de vainilla
y me lo como de a mordisquitos.

“Quiere echar a los tipos de la caverna”,
dice la madre.

“Siguen ahí?”,
pregunta la rubia.

“Sí, ahí están, como siempre,
al fondo del patio,
detrás de la cancha de voley,
al costado de la pileta olímpica
climatizada”, dice la madre.

“Sí, ya sé mamá,
conozco el lugar. Yo viví acá toda mi infancia”,
dice la rubia.

“Sí, es cierto,
y parte de tu adolescencia”,
dice la madre, y le siguen saliendo
gusanos de las orejas.

Al fondo del patio,
pasando unas araucarias,
detrás de la cancha de voley,
hay una ligera colina de piedra volcánica,
y allí: una caverna abierta a la luz del sol.
Y dentro de la caverna han vivido
toda su vida hombres
y mujeres encadenados de piernas y cuello,
de modo que sólo pueden mirar hacia adelante.
Y detrás y más alto hay una fogata,
y en medio un sendero,
en donde un grupo de titiriteros
ha montado una mampara a modo de escenario.
Y representan una obra,
y muestran toda clase de objetos,
animales de piedra, sillas,
figuritas de hombres y mujeres
y niños hechas de cartulina,
etcétera. Los encadenados
ven proyectarse las sombras de esos objetos
en la pared de la caverna,
y como no tienen ninguna
otra experiencia sensible de la
realidad material, confunden las sombras
con los objetos, y creen que las cosas
tienen la naturaleza de las sombras,
y hasta que alguien no los desencadene
y los lleve afuera
y les exponga la verdá de la milanesa,
no sabrán nada de la vida.

Etcétera.

La hija del Rinoceronte
ve a un torso humano, melenudo,
correr sobre sus manos
y perderse en el bosque raudo.

La esposa del rinoceronte
 teje escarpines mientras tanto

son para el bebé recién nacido de una amiga.
Una mosca se posa en su nariz,
pero a ella no le molesta.

está muy concentrada

Se ha tendido en la hierba
del parque público, la rubia,
con la lengua afuera. Anda descalza.
Le alcanzo las gafas oscuras
y se las pone,
para que el sol no le queme los ojos,
que hoy están blancos.
Hay un viejo que le saca fotos
todo el tiempo, y ella posa para él.
Y le hace caritas.

En ese mismo instante el rinoceronte
leyó el poema siguiente:

A girl

The tree has entered my hands,
The sap has ascended my arms,
The tree has grown in my breast -
Downward,
The branches grow out of me, like arms.
Tree you are,
Moss you are,

You are violets with wind above them.
A child - so high - you are,
And all this is folly to the world

Y el rinoceronte traduce en voz alta:

“Una nena

El árbol se ha insertado en mis manos
corre la savia como sangre en mis hombros
el árbol crece en mis pectorales
crece hacia abajo
salen de mí las ramas, son nuevos brazos
Árbol eres, oh!
Musgo eres, ay!

Violetas que el viento agita
Un niño, perdón, una nena tan alta eres
y todo esto es memo para el mundo”

En una ciudad,
del otro lado del Atlántico,
el gigante. El gigante decide
cruzar el Atlántico a pie.
Atardece.

El monje levita mientras duerme la siesta.
El idiota lo observa, desde abajo,
mordiéndose las uñas. De pronto, se ríe,
y esto despierta al monje,
haciéndolo caer al suelo.

“Eres tú el que ha reído?”,
pregunta el monje al idiota,
resintiendo la caída.

“Sí”, dice el idiota
y vuelve a reírse, con risa de idiota.

“Tu risa es cosa seria”,
dice el monje, y se ríe.

“Me gusta reírme”,
dice el idiota,
y se ríe todavía más fuerte.

Peino a la rubia recién salida
de un baño de espuma.
Adoro su piel, es sumamente brillante
como un trozo de seda verde.

Le corto a la rubia
las uñas de los pies con los dientes.
Le cambia el color de los ojos
de azules a grises
de grises a azules.

La rubia saca de la heladera
una copa de vino blanco helado.
El vidrio está empañado
por el frío. La rubia se bebe
el vino, y revienta la copa contra
el piso de cerámicos.
Procedo a barrer los vidrios,
los levanto con una palita
celeste de plástico, y los tiro en el tacho.
La rubia practica yoga en la sala de estar,
mientras tanto.

Acompaño a la rubia a pagar los impuestos.
Hacemos cola para pagar la luz,
el agua, el gas y el barrido y limpieza municipal.
En la fila, dos viejos, uno pelado y el otro
de pelo gris, hablan muy alto,
probablemente a causa de la sordera.

“Las moscas típicas (Muscidae y familias próximas),
como todos los dípteros,
poseen un cuerpo dividido
en tres regiones o tagmas;
cabeza, tórax y abdomen;
poseen ojos compuestos
por miles de ideas sensibles a la luz
que limpian constantemente
frotando sus orejas, y piezas bucales
adaptadas para masticar caramelo, lamer o perforar
pocholo;
ninguna mosca es capaz de morder o masticar,
pero muchas especies pican
y succionan sangre;
solo tienen dos alas,
a diferencia de los demás insectos
que tienen cuatro,
ya que las alas posteriores
están reducidas a unas estructuras
gelatinosas llamadas halterios o balancines
o hamacas que actúan
como órganos estabilizadores
del vuelo”, dice el viejo pelado.

“Sí, eso figura en Wikipedia”,
dice el viejo de pelo gris y agrega:
“además, su ciclo de vida es homofóbo, es decir,
se mezclan en cuatro fases morfológicas:
el ego, la larva o cresa, pupa,
y el ombligo. Algunas especies
completan este ciclo de lavado
en unos pocos días; otras,
en uno o dos meses. Sin embargo,
no todas las moscas
y bebiendo chicha
y mirando el partido en la gran pantalla
LCD que compraron en cuotas
con tarjeta de crédito
 en la casa del hermano mayor, para mayor detalle,
pero Algunas especies son ovovivíparas,
los huevos implosionan en el interior del padre,
de manera que las crías salen al exterior ya en forma de larvas
formidables.

Viven en la basura
y dondequiera que haya materia fecal
de cualquier clase.
 Los animales muertos atraen a las moscas
a las pocas horas de haber fenecido.
La mayoría de las moscas son diurnas
e inflamables”.

“Wikipedia es muy sabia”, dice el viejo pelado.

“Así es”, confirma el viejo de pelo gris
mordiéndose los labios.

Finalmente la rubia accede a la caja,
le alcanzo la carpeta con las boletas,
y ella se las alcanza a la cajera,
que tiene una nariz bastante puntiaguda.

“Son 794 pesos en total”,
dice la cajera con tono metálico.

“Aquí tiene”, dice la rubia,
facilitándole el dinero.

Un trueno, otro trueno, un rayo.

y tan luego, La mujer con cabeza de ciervo,
sirvióse la sangre en la copa
y se la dio de beber al torso melenudo,
recién llegado y sediento en pleno bosque
encantado.
Vivían los dos en una casa
en la copa de un quebracho gigante,
semejante a las casas de los horneros
por su fisonomía externa y al cráneo de
un bebé ballena en lo que se refiere
a su fase interna

etcétera

Compramos comida para la noche,
porque vienen visitas:
Victoria y su marido Esteban.
En el supermercado compramos azúcar,
un paquete de 75 saquitos ensobrados
de té de jazmín, dos paquetes de margarina,
3 litros de leche con
sulfato ferroso ultrapasteurizada,
doscientos gramos de paleta,
300 gramos de queso cuartirolo,
una cabeza de ajo, tres pimientos verdes,
 6 cebollitas de verdeo, una raíz de jengibre,
 un pack de 30 huevos blancos,
harina leudante: dos kilos,
10 litros de agua mineral,
un pollo congelado,
y 6 filetes de merzula empanizados,
listos para ser convertidos en milanesa.
La rubia paga con tarjeta de crédito,
y yo llevo las bolsas.
Como el depto no queda lejos,
caminamos en lugar de tomarnos un taxi.

Así ahorramos money

hay que decir qu´El monje y el idiota
descansan a la sombra de un dragón seco.
Es pleno mediodía, y el sol quema
a los viandantes desprevenidos.
Sólo se salvan los que usan sombrillas
además de los supramentados.

Un trueno, otro trueno, un rayo. 

Preparo los filetes de merluza
en el wok, y además hago
una ensalada de arroz con ajo,
cebollita de verdeo bien picada,
y trozos de queso blanco.
Preparo también una jarra
de té de jazmín helado. Y llevo
la comida a la mesa. Parecen disfrutarla.
De postre: rodajas de membrillo,
con helado de dulce de leche,
que la rubia pide por teléfono
a una heladería que hace envíos
a domicilio.

La rubia enciende un habano,
para amenizar la sobremesa.
Esteban pica marihuana en la mesa,
y prepara una breve pipa
que comparte con su bella mujer
Victoria. Victoria tiene rasgos
orientales, como si hubiera nacido
en Persia o la India,
 y unos ojos púrpura bastante llamativos.
El humo del tabaco se mezcla
con la marihuana, yo los espío
desde la cocina.

“Una persona ruidosa
no tiene ningún criterio”, comenta Esteban.

“Y eso?”, pregunta la rubia, intrigada.

“Es parte de un aforismo chino”, dice Esteban.

“Está fanatizado con los chinos”, dice Victoria.

“Un alma tímida no aspira
a nada trascendente”, dice Esteban,
fumando de la pipa.

“Me encantan los aforismos.
Hay muy buenos aforismos españoles,
aunque ahora no me acuerdo de ninguno”,
dice la rubia, haciendo azulados aros de humo.

“Agua no enferma,
ni embriaga ni endeuda”, dice Victoria.

“Es muy bueno”, dice la rubia.

“Ahora eres adulador, mañana traidor”,
dice Victoria.

“Excelente, buena música”, dice Esteban.

“Agua, sol y basura,
y menos libros de agricultura”, dice Victoria.

“Me encanta, más, más”, pide la rubia.

“Según come el mulo,
así caga el c=lo”, dice Victoria.

“Vaya, estupedno, perdón,
estupendo”, dice Esteban, y se ríe.

“Ser bueno lo manda Dios,
y aparentarlo es mejor”, dice Victoria.

“Notable”, dice la rubia.

“Más vale enemigo cuerdo,
que amigo loco”, dice Victoria.

“No lo entiendo, pero me gusta”,
dice la rubia.

“Celemín por celemín,
échale trigo al rocín”, dice Esteban.

“Desconcertante”, dice la rubia.

“Cielo aborregado, suelo mojado”, dice Esteban.

“Ese es bastante obvio”, dice Victoria.

“Lo que deprisa se hace,
despacio se llora”,
dice la rubia.

“Eso sí que es sabio”,
dice Victoria, y fuma de la pipa.

“Mentiroso sin memoria,
pierde el hilo de la historia”,
dice Esteban.

“Ese sí que es bueno”,
dice la rubia.

Yo mientras tanto
me como un sandwich de paleta
y queso en la cocina, y pienso:
“Huéspedes de repente, ni me lo mientes”.

pero por supuesto que El idiota y el monje
 llegan a un pueblo.
Hay un viejo colgando de la rama de un árbol,
y debajo un montón de gente grita:
“si el fruto cae, es nuestro”,
y el viejo no resiste más
y se suelta. Ni bien cae al suelo,
la gente lo devora.
“Se comportan cual bandada de lobos”, dice el monje,
y el idiota no deja de babearse.

Otro día en la oficina, por otra parte.
El rinoceronte le pide a la rubia
que pase al frente:

“Explíqueme, si es tan amable,
usando el pizarrón,
la teoría de la sustancia aristotélica”,
le dice.

La rubia, toma una tiza
y escribe en la pizarra negra:
“SUSTANCIA”.
Y luego dice en voz alta,
un poco temblorosa:

“Yo voy a dar una idea general
del problema, digamos la versión
tradicional, pero no la única
de la cuestión”.

“Adelante”,
le dice el rinoceronte.

“Bueno, Aristóteles dice que
todo lo que hay es reducible a la
sustancia, o ousía, como se dice en griego.
Ahora bien, sustancia se dice
al menos de tres modos,
para el autor en cuestión.
Sustancia es cualquier ente
de la naturaleza, digamos: esta pizarra,
esta silla, yo, usted, mis zapatos,
etcétera.
Pero también sustancia
es el sustrato o núcleo
de todo accidente. Así,
la negrura de esta pizarra
es tal porque es en la pizarra,
no hay negrura suelta,
a diferencia de Platón.
Esto, en el plano gramatical
es fácil de ver: la sustancia
es el sustantivo, el accidente
es el adjetivo.
Pero además, Aristóteles
habla de sustancia como el compuesto
de forma y materia. La materia
es aquello máximamente indeterminado
que llena la sustancia,
y la forma es aquello que determina,
lo que identifica y diferencia una sustancia
de otra, digamos: lo más propio de la sustancia”.

“Muy bien”, dice el rinoceronte,
y agrega: “y qué es el tiempo
para el Estagirita?”.

“Bueno, la velocidad de un ente
es directamente proporcional
a la fuerza que se aplica sobre él”,
dice la rubia.

“Yo no pregunté eso,
yo le pregunté por el tiempo”,
dice el rinoceronte.

“El tiempo es la medida
del movimiento según lo anterior
y lo posterior”, dice la rubia.

“Exacto”, dice el rinoceronte.

“Las cosas pueden sustituirse
mutuamente, sin que sea necesario
suponer un intervalo vacío
separado de los cuerpos en movimiento.
Esto queda claro observando los torbellinos
de cosas continuas, por ejemplo: de dos líquidos”,
dice la rubia.

“Y eso quién lo dice?”, dice el rinoceronte.

“Aristóteles lo dice”, dice la rubia.

“Qué pensaba Aristóteles de los esclavos?”,
pregunta el rinoceronte.

“El decía que había esclavos
por naturaleza, gente inferior por naturaleza.
Así como el hombre es superior
naturalmente a la mujer,
y por eso mismo ella le debe obediencia,
hay personas que son naturalmente jefes,
y otros naturalmente deben obedecerle”,
dice la rubia.

“Una cita, por favor”,
dice el rinoceronte.

“El que es capaz de prever
con el pensamiento es naturalmente jefe
y señor, y el que puede ejecutar con su cuerpo
esas previsiones es súbdito
y esclavo por naturaleza;
por eso, el señor y el esclavo
tienen intereses comunes”,
dice la rubia.

“Bravo”, dice el rinoceronte
y aplaude.

El monje y el idiota a orillas del mar,
ven venir al gigante.

“Es enorme”, dice el idiota.

“Es un gigante”, dice el monje.

etcétera


Esteban y Victoria en la cama,
Esteban arriba de Victoria.
Medianoche. Luna llena.

“Mi gatita linda, linda, linda”,
le susurra Esteban.

“Miau, miau”,
dice ella.

Le estoy cosiendo los botones
a una camisa de la rubia.
Ella está en el diván,
durmiendo la siesta. El ruido
del aire acondicionado, unos perros ladrando
a lo lejos y también ruidos de alarmas de autos,
de fondo.

“Me gustan las langostas”,
dice el hermano de la rubia.

“Son interesantes”, dice el plomero,
mientras pica la pared.

“Sí, son interesantes”,
repite el hermano de la rubia.

El plomero sigue picando la pared.
El hermano de la rubia no le quita
los ojos de encima.

“Hace calor, quiere jugo de pomelo?”,
le pregunta.

“Sí”,
responde el plomero.

El hermano de la rubia
le sirve mucho jugo de pomelo helado
en un vaso de plástico.
El plomero se lo bebe de un trago.

“Tenía usted mucha sed?”, pregunta el hermano de la rubia.

“Sí”, dice el plomero y sigue picando la pared.

“Actuar con inocencia, atrae desgracias”,
dice el monje.

“Perseverar es buena fortuna”,
dice el idiota.

“Eso es muy sabio, cómo se te ha ocurrido?”,
dice el monje.

“Lo leí en un libro”,
dice el idiota.

“Sabes leer?”,
pregunta el monje.

“Está lloviendo”,
dice el idiota.

“No respondiste mi pregunta”,
dice el monje.

“Tengo frío”, dice el idiota.

Entonces el monje
 chasquea los dedos
y detiene la lluvia.

“Contento?”, dice el monje.

“Tengo frío”, dice el idiota.

“Eres un idiota”, dice el monje.

“Eres un idiota”, dice el idiota.

“No repitas lo que digo”,
dice el monje.

“No repitas lo que digo”,
dice el idiota.

“Soy un idiota”, dice el monje.

“Soy un idiota”, dice el idiota.

El rinoceronte tiene
a su hijita sentada en sus rodillas.
Y piadosamente le recita:

“Aeneadum genetrix, hominum divomque voluptas
alma Venus, caeli subter labentia signa
quae mare navigerum, quae terras frugiferentis
concelebras, per te quoniam genus omne animantum
concipitur visitque exortum lumina solis:
te, dea, te fugiunt venti, te nubila caeli
adventumque tuum, tibi suavis daedala tellus
summittit flores, tibi rident aequora ponti
placatumque nitet diffuso lumine caelum.
nam simul ac species patefactast verna diei
et reserata viget genitabilis aura favoni,
aeriae primum volucris te, diva, tuumque
significant initum perculsae corda tua vi.
inde ferae pecudes persultant pabula laeta
et rapidos tranant amnis: ita capta lepore
te sequitur cupide quo quamque inducere pergis.
denique per maria ac montis fluviosque rapacis
frondiferasque domos avium camposque virentis
omnibus incutiens blandum per pectora amorem
efficis ut cupide generatim saecla propagent.
quae quoniam rerum naturam sola gubernas
nec sine te quicquam dias in luminis oras
exoritur neque fit laetum neque amabile quicquam,
te sociam studeo scribendis versibus esse,
quos ego de rerum natura pangere conor
Memmiadae nostro, quem tu, dea, tempore in omni
omnibus ornatum voluisti excellere rebus.
quo magis aeternum da dictis, diva, leporem.
effice ut interea fera moenera militiai
per maria ac terras omnis sopita quiescant.
nam tu sola potes tranquilla pace iuvare
mortalis, quoniam belli fera moenera Mavors
armipotens regit, in gremium qui saepe tuum se
reiicit aeterno devictus vulnere amoris,
atque ita suspiciens tereti cervice reposta
pascit amore avidos inhians in te, dea, visus
eque tuo pendet resupini spiritus ore.
hunc tu, diva, tuo recubantem corpore sancto
circumfusa super, suavis ex ore loquellas
funde petens placidam Romanis, incluta, pacem.
nam neque nos agere hoc patriai tempore iniquo
possumus aequo animo nec Memmi clara propago
talibus in rebus communi desse saluti...”

    La hijita se larga a llorar.

    “No llores”, le dice el rinoceronte,
y agrega: “es un clásico”.

    La rubia en la sala de estar.
Balancea los brazos de atrás para adelante,
manteniéndolos relajados,
luego los pone en cruz, flexionando
alternativamente la pierna derecha
y la izquierda. Luego,
se tira al piso y flexiona los brazos
y las piernas produciendo un rebote constante,
a la velocidad de un parpadeo.
Luego, de un salto se pega al techo,
y camina como una araña.
Luego, desciende, nuevamente
de un salto en puntitas de pie,
y así camina imitando
a las bailarinas de ballet.

    Vuelvo al libro que le robé a la rubia
de su mesita de luz. Es de tapa dura roja,
y el título escrito en letras doradas está borroneado.
Lo abro en una página al azar y leo:

    El monje y el idiota llegaron
a la ciudad de las 24 puertas.
En el centro de la ciudad hay un palacio.
Y en el centro del palacio
vive un dios de mil ojos y un solo pie.
Vive en un estanque con
la forma de una burbuja transparente,
llena de un líquido que se parece
al agua, pero huele a jazmín...

Cierro el libro, porque la rubia
ha salido de la ducha,
y tengo que acercarle unas toallas.

    El viejo pelado y el viejo de pelo gris
están sentados en un bar,
tomando un café con leche.
Es mediodía, y el sol cae fuerte
sobre la calle.

    “Me gusta el calor”,
dice el viejo pelado.

    “El calor es un tipo de energía
que puede ser generada por
reacciones químicas (como en la combustión),
reacciones nucleares (como en la fusión
nuclear de los átomos de hidrógeno
que tiene lugar en el interior del Sol),
disipación electromagnética
(como en los hornos de microondas)
o por disipación mecánica (fricción).
Su concepto está ligado al Principio
Cero de la Termodinámica,
según el cual dos cuerpos en contacto
intercambian energía hasta
que su temperatura se equilibra”,
explica el viejo de pelo gris.

    “Y eso?”, pregunta el viejo pelado.

    “Wikipedia”, dice el viejo de pelo gris.

    “Y qué es una reacción química?”,
pregunta el viejo pelado.

    “Una reacción química
o cambio químico es todo proceso químico
en el cual una o más sustancias
(llamadas reactivos),
por efecto de un factor energético,
se transforman en otras sustancias
llamadas productos. Esas sustancias
pueden ser elementos o compuestos.
Un ejemplo de reacción química
es la formación de óxido de hierro
producida al reaccionar el oxígeno
del aire con el hierro.”

    “Ya veo”, dice el viejo pelado,
y sorbe su cafecito.


    La rubia está durmiendo,

son las tres de la mañana. Yo nunca duermo.
Suena el teléfono celular
de la rubia que está en la mesita
de luz. La rubia contesta la llamada,
un poco dormida:

    “Im Vergleich zu gestern
ist es heute richtig warm...
hmmm, hmmm... Ich bin ganz
sicher, dass sie kommen... hmmmm, hmmm...
Darauf können Sie sich verlassen...
hmmm, hmmm... Daran besteht kein Zweifel...”,
y corta y sigue durmiendo.

    La rubia ha terminado de cagar,
le estoy limpiando el traste con la lengua.
Otra vez diarrea.

etcétera

    Esteban se detiene
frente a la estatua de la loba
que da la teta a Rómulo y Remo
que hay en el jardín botánico.
Es una copia en bronce del original italiano,
en mayor escala.
Esteban le saca una foto.
Le gusta sacar fotos
a los monumentos.
Encuentra el proceso
muy estimulante.

    Vemos al torso melenudo
pescando a orillas del río.
En una balde de metal gris
va apilando los pescados.
Casi todos tienen el tamaño
de un antebrazo humano promedio.

    Esta tarde hemos ido al cine
con la rubia. Hemos visto una película
bastante interesante. Transcurre en el futuro.
Se han derretido los polos,
y todas las ciudades son ciudades flotantes,
como grandes islas que van a la deriva
por el planeta. Cada isla es autónoma
respecto de las otras islas,
ya no existen las naciones. Son como
pólis griegas. Cada isla es soberana.
Las gobiernan consejos de ancianos.
Estos consejos ejercen
la suma del poder público, esto es:
cumplen las funciones ejecutivas,
legislativas y judiciales,
y además controlan el culto
a los dioses, mayormente acuáticos.
El conflicto surge cuando una joven
ve morir a su esposo a manos
de un guardia oficial,
por orden de uno de los ancianos.
Ella se queja, y se la condena al exilio.
Pero ninguna ciudad quiere aceptarla,
porque la impureza está asociada
 a los extranjeros. Finalmente un joven
se apiada de ella y convence al consejo
de su ciudad para que la acepten.
Ella termina, en un rapto de locura,
asesinándolo, cortándole la cabeza con un machete.
El consejo la condena a muerte por lapidación,
pero el espíritu de su esposo la rescata,
llevándola con ella a un reino delicioso
que se ubica en la cara oscura
de la luna. Allí son felices
y tienen muchos hijos. Supongo que
la moraleja es que uno siempre
puede salvarse de lo inevitable.
El no siempre es posible.
A mí me ha gustado mucho la peli,
pero a la rubia le ha repugnado.
Lo noté por lo fastidiosa
que se puso ni bien salimos del cine.
Sin embargo, recuperó pronto la alegría,
comprando dos panchos (o perros calientes, como los llaman algunos) con papitas,
mostaza y mayonesa.
Me ha dejado comer uno de los panchos,
lo cual me alegra. Me dignifica.

    “Ahora le voy a citar pasajes
filosóficos al azar,
y le voy a pedir que me diga
el nombre del autor a quien la cita
pertenece, de acuerdo?”, le dice
el rinoceronte a la rubia.

    “De acuerdo”, dice la rubia.

    “De acuerdo, de acuerdo qué?”,
pregunta el rinoceronte.

    “De acuerdo, señor”,
dice la rubia, con tono marcial.

    “Así me gusta”, dice el rinoceronte
y agrega: “Ahí va la primera cita,
está preparada?”.

    “Sí, señor”,
dice la rubia.

    “Cada sustancia es como
un mundo completo,
y como un espejo de Dios,
o más bien de todo el universo,
que ella expresa de una forma particular...
Así que podemos decir
que el universo se multiplica
tantas veces como substancias hay,
y la gloria de Dios se multiplica
igualmente gracias a tantas
representaciones diferentes de su obra”,
dice el rinoceronte.

    “Eso es de... Malebranche???”,
dice la rubia.

    “Tibio, tibio”, dice el rinoceronte.

    “Entonces, a ver, déjeme ver...
es de Leibniz?, pregunta la rubia.

    “Muy bien, muy bien,
le atinó a la segunda”, dice el rinoceronte.

    “Prosiga, señor, póngame a prueba”,
dice la rubia, entusiasmada.

    “A ver... Tenemos la idea
de la materia y del pensamiento;
pero quizá no seamos nunca
capaces de conocer si un ente
puramente material puede o no pensar;
para nosotros resulta imposible,
a través de la contemplación de nuestras
ideas y sin la revelación,
descubrir si el Omnipotente
concedió a un sistema material,
dispuesto en la forma adecuada,
el poder de percibir y pensar”,
dice el rinoceronte.

    “John Locke”, dice la rubia.

    “Increíble, le atinó a la primera”,
dice el rinoceronte,
y se le encienden las mejillas.

    “Oh, por favor, continúe,
señor mío”, dice la rubia, excitadísima.

    “El cuerpo es una máquina
que recarga por sí sola los mecanismos
que la mueven (...) los alimentos reconstruyen
lo que la fiebre corrompe (...)
¡Cuánta energía hay en la buena comida! (...)
Pensamos y actuamos moralmente,
en la medida en que somos alegres y valientes;
todo depende del modo en que esté dispuesta
nuestra máquina (...)
los diversos estados del alma son (...)
siempre correlativos a los del cuerpo (...)
el alma es una palabra vacía
a la que no corresponde ninguna idea”,
dice el rinoceronte.

    “Julien Offroy de La Metrrie,
1745”, dice la rubia, como en trance.

    “Excelente, bravísimo”,
dice el rinoceronte, babeándose.

    “Prosiga, prosiga, por favor,
se lo ruego”, ruega la rubia, de rodillas.

    “Asia y Europa son rincones del mundo;
el mar entero es una gota de agua en el mundo;
el monte Athos es una migaja de tierra
en el universo; el presente es un punto en lo eterno.
Todo es diminuto, todo se va, se esfuma,
desaparece”, dice el rinoceronte,
llorando de alegría anticipada.

    “Marcus Aurelius, señor”,
dice la rubia, mordiéndose los labios.

    “Sí, exacto”, dice el rinoceronte,
temblando, meneándose la v3rg4.

    “Más, más, por dios, no se detenga”,
ruega la rubia, con la lengua afuera.

    “El esfuerzo por conservarse
a sí misma es la esencia de una cosa,
la cual, en la medida que existe tal cual es,
es concebida en posesión de la fuerza
para perseverar en la existencia
y para hacer aquello
que surge necesariamente de su naturaleza,
tal como le fue dada.
Sin embargo, la esencia de la razón
no es otra cosa que nuestra mente
en la medida en que conoce
de manera clara y distinta. Por eso
todos los esfuerzos que proceden
de la razón no son sino el conocer”,
dice el rinocerente, acercando su sjakhdjska caliente
y palpitante a la uabasna de la rubia.

    “¡Baruch Spinoza!” grita la rubia
y el rinoceronte le upuliza en la orva
litros de espuma.
oh!
oh!!!!!

    El gigante se ha sentado
para pensar por siglos
y parece una montaña,
rodeado por frondoso follaje.
El sol viste sus hombros.
Debajo, a un costado,
dos poetas conversan.

    “Por tu bien que me sigas te aconsejo,
yo seré tu guía
    y te guiaré a un lugar eterno,
donde oirás maullidos terribles
y verás a las antiguas y dolientes almas
rogar por la segunda muerte

y verás a otros asarse contentos
en el fuego, porque esperan
en el futuro unirse a los salvos


y los conocerás si así lo quieres
de la mano de un alma
más digna que este poeta,
te dejaré con ella cuando de ti me aparte

pues aquél que reina allá arriba
porque fui rebelde a sus leyes
no quiere que te lleve hasta su ciudad

Él impera en todas partes
allá está su ciudad, su alto trono,
¡felices los que eligen seguirle!”,
dice Virgilio.

“Poeta, te reclamo”, le dice Dante,
“por aquel dios que no conociste,
líbrame de este y de peores males”

“Llévame donde me has dicho
hasta el portal de San Pedro
muéstrame a los infelices”

Y Virgilio avanza,
y Dante lo sigue.


Victoria se come las uñas,
en la sala de espera del dentista.
Se abre la puerta del consultorio
y la llaman. Se sienta en el sillón
reclinable, y la dentista,
una pecosa cuarentona, sin perder tiempo
le inyecta la anestecia,
y procede a arrancarle una muela.
Después, le cose la herida
y le coloca un poco de algodón,
que deberá ir cambiando cada dos horas,
hasta que se detenga el sangrado.

El rinoceronte estudia en su atril
su libro de cabecera:
La Ciencia del Verso, teoría general de la versificación, con aplicaciones á la métrica española,
de Mario Méndez Bejarano,
catedrático en el instituto del Cardenal Cisneros,
de Madrid.
La edición es de principios de siglo XX,
de 1906, para ser exactos.
Lee allí el rinoceronte, en las páginas 5 a 8:

La forma material de la poesía es el lenguaje; pero téngase presente, que si el lenguaje en general es la expresión del espíritu para las necesidades de la vida, con relación á la poesía el lenguaje es, como expresa admirablemente un gran filósofo, un sistema de expresión y significación de la belleza, conforme a ésta, y rítmica y musicalmente adecuado al espíritu que la produce en su vida intelectual y afectiva, á fin de que la belleza del asunto revista la de su expresión sensible, porque, cual escribe Watts, poetry to be entitled to the name, must be artistic in form.
A este efecto, el lenguaje ofrece á la fantasía tres elementos: material fónico, significación y la composición de ambos elementos en un tercero correspondiente á un estadio superior del lenguaje: el ritmo. El ritmo, lenguaje peculiar de la expresión poética, es el fundamento de todo sistema de versificación, por cuyo motivo ha cambiado en la historia literaria su concepto, según han ido cambiando las bases exclusivas de las varias versificaciones. Los latinos lo confundían con el número de sílabas, así Quintiliano dice: Rhythmi, id est numeri, spatio temporum constant; metra etiam ordine: ideoque alterum esse quantitatis videtur, alterum qualitatis. No obstante Máximo Victorino parece indicar que entiende por ritmo el acento, cuando dice: Est verborum modulatio et compositio, non metrica ratione, sed numeri sanctione ad judicium aurium examinata, y aun algunos opinan que más adelante se tomó en sentido de rima á juzgar por este pasaje de Atilio Fortunatiano: Inter metrum et rhythmun hoc interest, quod metrum circa divisionem pedum versatur, rhythmum circa sonum.
El ritmo no excluye ninguno de los elementos citados, antes bien los causa y los regula. El ritmo es la ley musical de la palabra y, en cuanto ley artística, no mero material, sino creación psíquica en que se conciertan el sonido y la significación, expresándose la referencia real que los une y la unidad que mútuamente los adapta. El ritmo así considerado, es un verdadero organismo que refleja el movimiento de la vida, responde á todas las exigencias de la expresión y obra poderosamente así sobre el sistema nervioso como sobre las potencias del alma.
Digámoslo de una vez: el ritmo literario es una manifestación del ritmo general que preside la evolución eterna de la vida y aparece en todos sus momentos: en las líneas, en las leyes del movimiento físico, en las revoluciones estelares, en el vuelo y el canto de las aves, en la carrera, en la pulsación, en la respiración, y finalmente, en la palabra. Por esto dice un profundísimo pensador: La vida interior del poeta recibe ya en sí la medida del tiempo (cadencia y por igual razón la admite en la expresión de la belleza interior mediante el lenguaje.
Este es el fundamento del ritmo literario que se impone al poeta al exteriorizar la belleza, y que se impone á su vez al público, pues dice elegantemente un autor: cuando existen relaciones sistemáticas entre varios objetos, la inteligencia se recrea en el espectáculo de la ley que las une, porque tiene en sí el sentimiento de su orden. En el espacio, el orden se llama simetría; en el tiempo, proporción. Pero este sentimiento queda imperfecto en tanto que la yuxtaposición parece más o menos arbitraria y se percibe la relación de cada objeto con un todo del cual es parte integrante: sólo la unidad lo completa. La simetría, entonces, se convierte en armonía y la proporción en ritmo.





He llevado algo de ropa
de la rubia a un lavadero.
He vuelto con la ropa limpia
y la he puesto muy bien doblada
en los cajones del armario blanco
de la rubia,
claro que después de plancharla.

Acompaño a la rubia a visitar
a Marcos. Marcos es un conocido cantante.
Vive en una casa de madera de eucalipto,
 junto al río. Ahora estamos sentados en el piso,
también de madera, muy bien encerado.
Marcos toca la guitarra y canta
una vieja canción:

“Desde el vino un grito sube por la tarde
don Rosa Toledo va rumbo a las casas
y su grito verde, trepa los viscales
tiene un quejido de algarrobo y tala.


La vida le debe todas las promesas

el vino ha cumplido, por eso es su amigo.
Sus venas son ramas de viejos nogales
y en la sangre danzan duendes de lagares.



Fue mago de fraguas. Fue también minero.

Mil estrellas guarda su yunque de herrero
como cascabeles de risas y sueño,
porque su esperanza, nunca tuvo miedo.
Ahí va el rey del hacha, quítate el sombrero
que ahí va por la tarde, Don Rosa Toledo”.

Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

He preparado unos panqueques
con dulce de leche. Marcos y la rubia
los devoran extasiados.

Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

Marcos le afeita a la rubia la entrepierna.

Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

La rubia con un látigo,
le deja roja la espalda a Marcos,
quien parece disfrutar del castigo.

Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

Los príncipes aqueos durmieron toda la noche,
vencidos por plácido sueño,
mas no probó sus dulzuras el átrida Agamenón,
pastor de hombres,
porque en su mente revolvía muchas cosas
batía toda clase
de merengues mentales. Como el esposo de Hera,
la de hermosa cabellera,
relampaguea cuando prepara
una lluvia torrencial,
el granizo o una nevada que cubra
los campos, o quiere abrir
en alguna parte la boca inmensa
de la amarga guerra; así, tan frecuentemente,
se escapaban del pecho de Agamenón los sospiros,
que salían de lo más hondo de su corazón,
y le temblaban las entrañas y tenía diarrea.
Cuando fijaba la vista en el campo teucro,
pasmábanle las numerosas
hogueras que ardían delante de Ilión,
los sones de las flautas
y zampoñas y el bullicio de la gente;
mas cuando a las naves y al ejército aqueo
la volvía, arrancábase furioso los cabellos,
aliando los ojos a Zeus,
que mora en lo alto, y su generoso corazón
lanzaba grandes gemidos. Al fin, creyendo
que la mejor resolución sería acudir
al Monje, el más ilustre de los hombres,
por si entrambos hallaban un medio
que librara de la desgracia
a todos los dánaos, levantóse,
vistió la túnica, calzó los blancos pies
con hermosas alpargatas de yute,
tomóse un mate, echóse una rojiza piel
de corpulento y fogoso león
que le llegaba hasta los pies,
y asió la lanza.



Hallóle en su pabellón,
junto a la negra nave,
acostado en blanda cama
fumando marihuana.
A un lado veíanse diferentes
armas —el escudo, dos lanzas,
el luciente yelmo— y el labrado
esqueleto de un toro zopenco
 con que se ceñía el anciano siempre que,
como caudillo de su gente,
se armaba para ir al homicida combate;
pues aún no se rendía a la triste vejez.
Incorporóse apoyándose
en el idiota que le asistía,
alzó la cabeza, y dirigiéndose
al Atrida le interrogó con estas
suaves palabras:

“¿Quién eres tú,
que vas solo por el ejército y los navíos,
imitando a Hamlet, durante la tenebrosa noche,
cuando duermen los demás mortales?
¿Buscas acaso a algún centinela
o compañero? Habla.
No te acerques sin responder.
¿Qué deseas? ¿qué te aflige?”

“Reconoce al apátrida Agamenón,
a quien Zeus envía y seguirá
enviando sin cesar más trabajos
que a nadie, mientras la respiración
no le falte a mi pecho
y mis rodillas se muevan como bucles
matemáticos. Vagando voy;
pues, preocupado por la guerra
y las calamidades que padecen los aqueos,
no consigo que el dulce sueño
me cierre los ojos. Mucho temo
por los dánaos; mi ánimo no está
tranquilo, sino sumamente inquieto;
el corazón se me arranca
del pecho y tiemblan mis robustos miembros
y tengo diarrea. Pero si quieres
ocuparte en algo, ya que tampoco
conciliaste el sueño,
bajemos a ver los centinelas;
no sea que, vencidos del trabajo
y del sueño, se hayan dormido,
dejando la guardia abandonada
y las tostadas quemadas.
Los enemigos se hallan cerca
y no sabemos si habrán decidido
acometernos esta noche sin luna
o mañana Viernes santo.”

Contestó el Monje caballero gerenio
de jazminudos cabellos:

“¡Glorioso apátrida,
rey de hombres Agamenón!
A Héctor no le cumplirá
el próvido Zeus todos sus deseos,
como él espera; y creo que
 mayores trabajos habrá de padecer
aún si Aquileo depone de su corazón
el enojo funesto, la bronca tremenda
que lo carcome como el óxido
al hierro. Iré contigo
y despertaremos a los demás:
al Tidida,
famoso por su lanza; a Odiseo,
al veloz Ayante de Oileo
y al esforzado hijo de Fileo.
Alguien podría ir a llamar
al deiforme Ayante Telamonio
y al rey Idomeneo,
pues sus naves no están cerca,
sino muy lejos.
Y reprenderé a Menelao
por amigo y respetable que sea
y aunque tú te enfades,
y no callaré que duerme
y te ha dejado a ti el trabajo.
Debía ocuparse en suplicar
a los príncipes todos,
pues el peligro que corremos es terrible
y me agarra julepe.”

Dijo el rey de hombres Agamenón:

“¡Anciano! Otras veces te exhorté
a que le riñeras, pues a menudo
es indolente y no quiere trabajar;
no por pereza o escasez de talento,
sino porque volviendo los ojos hacia mi,
aguarda mi impulso.
Mas hoy se levantó mucho
antes que yo mismo, presentóseme
y le envié a llamar a aquellos
de que acabas de hablar. Vayamos
y los hallaremos delante de las puertas,
con la guardia;
pues allí es donde les dije que se reunieran
y prepararan las brasas.”

Respondió el Monje,
caballero gerenio:

“De esta manera,
ninguno de los argivos
se irritará contra él ni le desobedecerá,
cuando los exhorte o les ordene algo.”

Apenas hubo dicho estas palabras,
abrigó el pecho con la túnica,
calzó los blancos pies con hermosas sandalias,
y abrochóse un manto purpúreo,
doble, amplio, adornado con lanosa felpa
y firurria. Asió la fuerte lanza,
cuya aguzada punta era de bronce,
y se encaminó a las naves de los aqueos,
de broncíneas corazas,
acompañado por el idiota q
ue le cargaba el escudo en la espalda.

Cierro el libro.
Admito que me desconcierta,
salta de un punto a otro,
sin respetar un estilo uniforme
ni trama consistente. Los únicos personajes
que se mantienen en medio
de tanto caos son el Monje, el idiota que le acompaña
y asiste y también un gigante.
Coloco temeroso el volumen de nuevo
en la mesita de luz,
haciendo el menor ruido posible, claro,
pues en la misma habitación
ronca la rubia.
Son las cinco de la mañana,
y recién amanece.
Va a ser otro día pesado
y húmedo de verano en la ciudad.
Yo nunca duermo.

"我失骄杨君失柳
杨柳轻扬直上重霄九
问讯吴刚何所有
吴刚捧出桂花酒
寂寞嫦娥舒广袖
万里长空且为忠魂舞
忽报人间曾伏虎
泪飞顿作倾盆雨",

recitó el rinoceronte.

“Traduzco?”,
preguntó la rubia.

“Desde luego, jovencita”,
dice el rinoceronte.

“Perdí mi regio olmo y tú el sauce
se han ido recto al noveno cielo
han preguntado a Wu Gang, prisionero en la luna,
qué hay por allá,
él les ha ofrecido vino del árbol de canela.


Solitaria y callada, Chang E, mujer de la luna
despliega sus mangas de miles de millas
y ejecuta un baile real para estas leales almas
en el vasto vacío.
Abajo, en la tierra, llegan noticias
del tigre

derrotado
llueven lágrimas
de un cántaro gigante
derramado”,

dice la rubia.

“Muy bien”, dijo el rinoceronte.
Y agregó: “Explíqueme un poco el poema de Mao”.

“Wu Gang es una suerte de Sísifo chino,
aunque no sé cuál de los dos es más antiguo.
Buscó desesperadamente
la inmortalidad en vida,
y como todos los buscadores
de la vida eterna cometió
infinidad de crímenes. Tras su muerte,
fue enviado a la luna,
y su castigo es derribar el árbol
de canela con un hacha.
Desde luego el árbol es inmenso,
y ni bien se lo derriba, crece de nuevo.
El vino hecho con las flores
del árbol es un preferido de los inmortales,
de modo que estos dos árboles lo son,
de lo contrario no podrían
aceptar el convite. Chang E,
la solitaria mujer de la luna,
le robó el elixir de la inmortalidad
a la Diosa Madre de Occidente
e hizo de la luna su reino;
sin embargo, se aburre mucho
allá arriba, y extraña la tierra.
Su función es recibir
a las almas que ascienden
al noveno cielo.
Generalmente en chino se habla
de un cántaro de lluvia derramado
para decir: llovía muchísimo,
o perros y gatos como dirían los
ingleses. Mao fue muchas cosas,
y entre otras: un poeta.
Ojalá la traducción
le haga mínima justicia”,
dijo la rubia.

“Sobresaliente.
Es usted mi mejor discípula”,
dijo el rinoceronte, llorando.

Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

Llegados a este punto, el viejo de pelo
gris nos interrumpe para señalar
que wikipedia señala que:

"Se denomina mate a la infusión hecha con hojas de yerba mate (Ilex paraguariensis), planta originaria de las cuencas de los ríos Paraná, Paraguay y el curso superior del Uruguay. Estas plantas previamente secadas, cortadas y molidas forman la yerba mate, la cual tiene sabor amargo debido a los taninos de sus hojas. Por esto, hay quienes gustan de endulzar un poco el mate con azúcar, miel, stevia o endulzante no calórico. La espuma que se genera al «cebar» se debe a los glucósidos que la yerba mate contiene.
Era consumido desde la época precolombina entre los pueblos originarios guaraníes (y por influencia de esto, también lo hacían otros grupos que realizaban comercio con los guaraníes, como los querandíes, los pampas antiguos, los qoms, etc.).
Fue adoptado rápidamente por los colonizadores españoles, y quedó como parte del acervo cultural en Argentina, Bolivia (Tarija, Santa Cruz, Chuquisaca), Paraguay y Uruguay, en donde se consume mayoritariamente, y también en zonas de Brasil y el sur de Chile.
Como sucede con el , el café o el chocolate, el mate posee un efecto estimulante debido a la cafeína que contiene. Anteriormente, y en forma popular se pensaba que tenía un energizante similar pero no igual, al que se llamaba "mateína"
 Además se le suma un efecto, que es compensado por el alto consumo de agua que se realiza cuando se matea, resultando así una infusión digestiva, depuradora y ―al poseer antioxidantes― preservadora del organismo. Como las otras infusiones mencionadas, el mate tiene cierta acidez, razón por la que muchas veces se le añaden ―en escasas proporciones― otras hierbas (digestivas, reguladoras de la función hepática, sedantes, etc.) que logran neutralizarla.
Tradicionalmente, el mate se bebe caliente mediante un sorbete denominado bombilla colocado en un pequeño recipiente, que es denominado ―según la zona― «mate», «cuya», «porongo» o «guampa», que contiene la infusión.
Por lo común se distingue al recipiente llamado porongo del llamado «mate» por ser el primero de mayores dimensiones y de boca ancha. Aunque se obtienen normalmente del porongo (Lagenaria siceraria), una cucurbitácea cuyo fruto tiene una corteza fuerte y leñosa apta para ser usada como recipiente, desde tiempos coloniales se han realizado mates de plata, cuerno vacuno (guampa), porcelana, vidrio o madera (en general quebracho o palo santo) o pezuña de toro labrada..."



Refiere una antigua leyenda persa
que el monje encontró una manzana,
y estaba por comérsela cuando
el gusano le dijo,
con voz de idiota:
“no me mates, déjame vivir
y te daré riquezas”.
“A mí qué me importan las riquezas”,
dijo el monje, y lo dejó vivir
porque le daban lástima
los gusanos parlantes.
Pero el gusano creció y creció
y ocupó todo el país y aplastó
con su cuerpo todos los pueblos,
y arrasó todas las cosechas
y bebió toda el agua
y oscureció el cielo.
Entonces el monje pensó:
“no debería haber sido
tan ingenuo”.

Cierro el libro,
pensando en el pobre monje, tan inocente,
y ese gusano idiota,
sin dudas una monstruosidad
que no merece la vida. Entonces
me cebo un mate, y me lo tomó,
y es muy amargo, pero me tranquiliza
tanto que pienso: “vale la pena soportar
un sabor tan intenso,
las sensaciones fuertes producen
una suerte de catarsis,
es lo que los cristianos intuyen
como paraíso, el lugar en que se habita
después del dolor de la vida”.

etcétera

La rubia se bebe un porrón
de cerveza roja. Y luego otro.
Y luego otro. Y luego otro.
Y luego otro. Y luego otro.
Y luego otro. Y se queda dormida
de tan borracha y pido un taxi
y me la llevo a casa. Y le quito la ropa,
y la pongo en la cama
y la tapo muy bien y le doy un beso en la frente,
y todo el tiempo ronca,
y sigue roncando en la cama,
soñando quién sabe qué cosas.
Pero yo, yo nunca duermo,
hace meses que no duermo,
así que busco el libro
y me lo llevo a la cocina
y me preparo un té negro bien fuerte,
y entonces abro el libro en un página
al azar y leo:

El monje vio pasar la carroza
de cristal y dentro iban Cenicienta
y el príncipe, y vio como las palomas
les arrancaban los ojos a dos mujeres,
y avanzó bajo un cielo de truenos
y rayos y se detuvo frente a un idiota
que le dio una llave
y lo guió hasta una casona
en el corazón del bosque, y la casona estaba
hecha de obleas, turrón y chocolates.
Y la llave abrió la puerta principal,
y dentro había una jaula abandonada,
y un horno apagado
con los huesos semiquemados
de lo que parecía ser una anciana
por los restos de ropa que quedaban
entre las cenizas.
Y el monje levantó la calavera
de la vieja y dijo:

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.


Yo sueño que estoy aquí

destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

“Hermoso y tan conmovedor discurso”,
pienso, cerrando el libro.
Y me preparo otro té bien negro,
y un sandwich de paleta,
y luego escucho a un grillo
cantar en el balcón. Y creo que me ha
picado la nuca un mosquito.
Sí, ahí está la roncha.
 Mejor no rascarse,
para no infectar la picadura.

En el sueño la rubia es un mosquito,
que le pica la nuca a un hombre
que nunca duerme y que la sigue a todas
partes. Y mientras le chupa la sangre,
el mosquito piensa en una serie
de paisajes azules.
Y cada paisaje es como una tela
que se superpone al paisaje siguiente,
y en el último paisaje el mosquito
ve al rinoceronte guiñándole
un ojo que le dice:
“vas bien, muchachita,
un día vas a ser una gran poetisa”.

Pensativo además iba don Monje
por su camino adelante,
considerando la mala burla
que le habían fecho los encantadores
volviendo a su señora Dulcinea
en la mala figura de la aldeana,
y no imaginaba qué remedio
tendría para volverla a su ser primero;
y estos pensamientos le llevaban
tan fuera de sí, que, sin sentirlo,
soltó las riendas a Rocinante,
el cual, sintiendo la libertad
que se le daba, a cada paso
se detenía a pacer la verde yerba
de que aquellos campos abundaban.
De su embelesamiento le volvió el idiota,
diciéndole:

“Señor, las tristezas
no se hicieron para las bestias,
sino para los hombres; pero si los hombres
las sienten demasiado, se vuelven bestias:
vuestra merced se reporte,
y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante,
y avive y despierte,
y muestre aquella gallardía
que conviene que tengan
los caballeros andantes. Qué diablos es esto?
Qué descaecimiento es éste?
Estamos aquí, o en Francia?
Mas que se lleve Satanás a cuantas
Dulcineas hay en el mundo, pues vale más
la salud de un solo caballero andante
que todos los encantos y transformaciones
de la tierra.”

“Calla, idiota”, respondió don Monje
con voz no muy desmayada;
“calla, digo, y no digas blasfemias
contra aquella encantada señora,
que de su desgracia y desventura
yo solo tengo la culpa:
de la invidia que me tienen los malos
ha nacido su mala andanza.”

“Así lo digo yo”, respondió el idiota:
“quien la vido y la vee ahora,
cuál es el corazón que no llora?

“Cómo decía esa canción?”, dijo la rubia.

“Cuál?”, preguntó Victoria.

“Esa que la canta una chica
de voz muy suave”, dice la rubia.

“De qué habla la canción?”,
pregunta Victoria.

“De amor, creo que empieza:
deixa eu dizer que te amo”, dice la rubia.

“Ah, sí, y después dice:
deixa eu pensar em você”, dice Victoria.

“Sí, sí, y después dice:
isso me acalma, me acolhe a alma”,
dice la rubia.

“Isso me ajuda a viver”,
dice Victoria.

“Amor, I love U”,
dice la rubia.

“Sí, así se llama”, dice Victoria.

“La canta Marisa Monte”,
dice la rubia.

“Sí, qué hermosa voz”,
dice Victoria.

“Preciosa”, dice la rubia.

“Ya está lista, señorita,
para comenzar a ser poeta.
Tome este cuaderno y esta pluma y escriba,
que después yo la corrijo”,
dijo el rinoceronte a la rubia.

La rubia abrió el cuaderno
de tapas cosidas verdes y escribió:

“Eres mi trucha arcoiris,
la amistad parece
tener nuevos dueños sí, arcoiris
cuando se empaña de luz
el espejo, sí, arcoiris
seremos acaso anfibios,
cultivando el huerto
yermo,
tras el jardín, oh, sí,
eres mi trucha arcoiris
sí, arcoiris”.

“Ya terminó?”, pregunta el rinoceronte.

“Sí”, dice la rubia.

“A ver, déjeme ver eso”,
dice el rinoceronte y le echa
una ojeada al cuaderno.

“Qué le parece, señor?”,
pregunta la rubia.

“Es demasiado libre, demasiado caótico,
way too funky,
hay que encauzar el pensamiento,
recuerde usted que un poeta
no hace lo que quiere,
un poeta es el canal
de expresión de algo superior,
llámelo usted musa, dios, naturaleza
inconsciente colectivo o cultura”,
dice el rinoceronte.

“Ya veo”, dice la rubia, sospirando.

“Inténtelo de nuevo”, dice el rinoceronte.

“De acuerdo”, dice la rubia y esta vez escribe:

“El tiempo es viento congelado”

“Bastante mejor, pero muy lacónico.
No somos japoneses,
la savia barroca corre por nuestras
venas hispanas, recuérdelo
y vuelva a probar suerte”,
comenta el rinoceronte.

“De acuerdo”, dice la rubia y
esta vez escribe:

“Se computaron los valores
y acabaron en el infierno
probablemente un error de
cálculo, porque los dos
eran buenos,
juntos se fueron al infierno:
ella y él,
y ella insistía en que se trataba
de un error,
lo reportó a las autoridades pertinentes,
repetidas veces se quejó,
y al final la dejaron salir
del infierno
pero su esposo, acaso por cansancio,
se resignó al fuego”

“Mejor, pero tiene que seguir practicando.
Esto no es juego”,
dijo el rinoceronte, frunciendo el ceño.

La rubia practica finlandés
mirándose al espejo.

“Hei. Hyvää huomenta.
Hauska tavata. Anteeksi.
Kahdeksan, yhdeksän, kymmenen.
Voitteko toistaa? En ymmärr. En ymmärr.
En ymmärr”.

Vemos a un perro,
y el perro sale del bosque encantado.
Lleva un diario entre los dientes.
Se lo lleva al torso melenudo,
que abre el diario y lee tranquilamente
los titulares.

Una jovencita detiene a Esteban en la calle.

“Usted hizo ese cómic famoso?”, le dice.

“Cuál?”, pregunta Esteban.

Confesiones de un extraterrestre”, dice ella.

“Sí, yo lo hice”, dice Esteban.

“Me firmaría un autógrafo”,
dice ella, alcanzándole una servilleta.

“Aquí?”, pregunta Esteban.

“Sí, por favor”, dice ella.

“Qué quiere que ponga?”, pregunta Esteban.

“Con amor, para mi amiga Lorena”, dice ella.
Y él escribe con su lapicera negra
lo que ella le ha pedido.

“Muchas gracias”, le dice ella
y lo besa en la boca.

“Gracias a usted”, dice Esteban,
y se aleja.

Cuando la rubia era niña,
vivía en el campo, y su padre era baqueano.
Guiaba a los paisanos,
allá en el sur, sobre todo en invierno,
cuando la nieve cubría todos los senderos,
y las ovejas morían sepultadas de frío
y aburrimiento.
Vivía la rubia cerca de las
Cuevas del Milodón,
a unos 24 kilómetros de Puerto Natales.
Existen tres entradas a las cuevas,
y el padre de la rubia le contaba
que los túneles se extienden
por cientos de kilómetros,
algunos dicen que llegan al centro
de la tierra. El padre de la rubia
conoció a un indio muy alto
y huesudo que se metió en las cuevas
por la Silla del diablo,
y estuvo ahí dentro viviendo
unos diez años. Se alimentaba de las bestias
que cazaba, y lamía los líquenes
que crecían en las rocas.
Encontró huesos de gente con seis brazos
y cabezas enormes. Una vez vio un zorro
con patas de araña, decía.
Y pingüinos gigantes.

pero además

Cuando la rubia
era niña se subió a un caballo,
sin permiso,
y el caballo se asustó y comenzó
a galopar a gran velocidad.
La niña no sabía dónde estaba.
Bajó el caballo hasta
un arroyo para saciar su sed.
La niña se bajó.
Por las piernas desnudas
bajo el vestido que le llegaba
a las rodillas vio correr un hilo azul,
y se dio cuenta que se estaba
meando encima,
pero el meo era azul. Pudo volver
a subir al caballo, no sin esfuerzo.
Tenía frío y se abrazó
al cuello del animal. Ya estaba oscureciendo,
cuando el caballo volvió a trotar.
Y trotó toda la noche,
y a la mañana volvieron a casa,
y la madre primero la abrazó,
lloró muchísimo, calentó el agua en un fuentón
y le dio un buen baño,
y después, cuando ya estuvo más calmada,
le dio una paliza,
que le dejó moretones en todo el cuerpo,
sobre todo en la espalda.

¿Pero por qué meaba azul? Eso no me lo explicó

y además

Cuando la rubia tenía doce años,
en el baño de la escuela,
una compañerita le tocó las tetas.

y además

Cuando la rubia tenía catorce años,
la familia se mudó a la ciudad.
Por esa época la rubia comenzó
a jugar al voley o voleibol.

“Cómo es el campo de juego del voleibol?”,
pregunta el viejo pelado.

“El campo donde se juega al voleibol
es un rectángulo de 18 m de largo
por 9 m de ancho, dividido en su línea central
por una red que separa a los dos equipos.
En realidad el juego se desarrolla
también en el exterior, en la zona libre,
a condición de que el balón
no toque suelo ni ningún otro elemento.
La zona libre debe ser al menos de 3 metros,
mínimo que en competiciones
internacionales se aumenta a 5 m
sobre las líneas laterales y 8 m
para las líneas de fondo” ,
dice el viejo de pelo gris

“Eso era más de lo que quería saber, gracias.
Pero, de dónde has sacado esa información?”,
pregunta el viejo pelado.

“De wikipedia, obvio”, responde el viejo de pelo gris,
sonriendo.

La rubia tiene 15 años
y está recibiendo una medalla de plata,
en nombre de su equipo de voleibol femenino.
Han salido subcampeonas de la liga intercolegial
sudamericana. Su madre está emocionadísima,
aplaudiendo de pie en la quinta grada.
El público las ovaciona.
Muchos piensan que debieron ser ellas
las campeonas, pero,
por una serie de descuidos en la defensa
de último momento otro equipo
ha resultado victorioso.

y además

El primer novio de la rubia
fue un tipo narigón, de rulos y cejas anchas.
La invitó a salir un viernes,
fueron a bailar hasta la madrugada.
La rubia tenía puestos una pollerita
a cuadros y una camisa roja.
El narigón la acompañó de vuelta a casa,
y en el camino se dieron un beso.
La rubia tenía 16 años,
y el narigón, según ella recuerda:
tenía mal aliento.

y además, les cuento que

La rubia perdió la virginidad
en el estacionamiento de un centro comercial,
dentro de un auto bastante diminuto.
Era tan pequeño el vehículo
que apenas cabían los dos: ella y un gordito barbudo,
bastante cariñoso.
Al gordito le agarró un tirón muscular
y quedó paralizado con la v3rga
dentro de la rubia que tampoco podía zafarse.
Quedaron enganchados como perros,
a los gritos hasta que vino la ambulancia
y los separaron a cubetazos de agua helada.

EL MONJE:

Pero, ésta que me traes,
de qué modo y dónde la apresasteis?

GUARDIÁN:

Estaba enterrando al muerto:
ya lo sabes todo

EL MONJE:

Te das cuenta?
Entiendes cabalmente lo que dices?

GUARDIÁN:

Si, que yo la vi a ella enterrando
al muerto que tú habías dicho que quedase insepulto:
o es que no es evidente
y claro lo que digo?

EL MONJE:

Y cómo fue que la sorprendierais
y cogierais en pleno delito?

GUARDIÁN:

Fue así la cosa:
cuando volvimos a la guardia,
bajo el peso terrible de tus amenazas,
después de barrer todo el polvo que cubría
el cadaver, dejando bien al desnudo
su cuerpo ya en descomposición,
nos sentamos al abrigo del viento,
evitando que al soplar desde lo alto de las peñas nos enviara el hedor que despedía.
Los unos a los otros con injuriosas
palabras despiertos y atentos nos teníamos,
si alguien descuidaba la fatigosa vigilancia.
Esto duró bastante tiempo,
hasta que se constituyó en mitad del cielo
la brillante esfera solar y la calor quemaba;
entonces, de pronto, un torbellino suscitó
del suelo tempestad de polvo,
pena enviada por los dioses,
que llenó la llanura, desfigurando
las copas de los árboles del llano,
y que impregnó toda la extensión
del aire; sufrimos aquel mal
que los dioses mandaban con los ojos cerrados,
y cuando luego, después de largo tiempo,
se aclaró, vimos a esta doncella
que gemía agudamente como el ave condolida
que ve, vacío de sus crías,
el nido en que yacían, vacío.
Así, ella, al ver el cadáver desvalido,
se estaba gimiendo y llorando
y maldecía a los autores de aquello.
Veloz en las manos lleva árido polvo
y de un aguamanil de bronce bien
forjado de arriba a abajo triple libación vierte,
corona para el muerto;
nosotros, al verla, presurosos la apresamos,
todos juntos, en seguida, sin que ella
muestre temor en lo absoluto,
y así, pues, aclaramos lo que antes pasó
y lo que ahora; ella, allí de pie,
nada ha negado; y a mí me alegra a la vez
y me da pena, que cosa placentera es,
si, huir uno mismo de males, pero penoso
es llevar a su mal a gente amiga.
Pero todas las demás consideraciones
valen para mi menos que el verme a salvo.

EL MONJE (a ANTÍGONA):

Y tú, tú que inclinas al suelo tu rostro,
confirmas o desmientes haber hecho esto?

ANTÍGONA:

Lo confirmo, si; yo lo hice, y no lo niego.

Cierro el libro.
Se ha convertido en una obra de teatro.
Lo más extraño es que lo he abierto
en la misma página que lo abrí ayer
y he encontrado otra cosa. Además,
por más que intento hallar la última página,
nunca doy con ella,
el libro parece crecer en tamaño
a medida que busco el final.
O puede que yo esté viendo mal,
puede que a la madrugada
la cabeza no me funcione muy bien
que digamos. En fin, me prepararé
otro té bien negro y seguiré leyendo.

CONFESIONES


DE UN



EXTRATERRESTRE










etcétera


La rubia se revienta un granito.
Después se coloca una máscara
de barro verde en la cara, mientras
le limo las uñas de las manos,
delicadamente.

A las 16:30 pm,
del Jueves descendió en la zona sur
de la ciudad una nave extraterrestre.
Del vehículo sideral emergió un bicho
con aspecto de langosta, bípedo,
y bastante antropomorfo,
al menos en lo que al andar se refiere.
Mide como dos metros.

Han despertado a Victoria y Esteban
unos portazos. Esteban ha ido a ver quien toca.

“Hola, qué desea?”,
ha preguntado Esteban, al abrir la puerta.

“He venido a conocerlo en persona”,
le dice la langosta alienígena.

“Cómo me conoce?”, pregunta Esteban.

“No me va a hacer pasar?”,
pregunta la langosta alienígena.

“Sí, por favor, pase, y siéntese.
Querida, tenemos visitas”,
dice Esteban, y Victoria aparece en su bata de noche.

“Hola, cómo le va?”, le dice a la langosta alienígena, saludándola con un beso en la mejilla.

Después de tomar un buen café
con tostadas de mermelada de durazno,
Esteban vuelve a insistir:

“Asumo que es usted de otro planeta,
cómo me conoce?, por qué ha venido a buscarme?”.

“Es verdad, provengo de más allá
de la esfera de las estrellas fijas”,
dice la langosta alienígena
y agrega: “un colega vino a estudiar
su raza no hace muchos años,
de incógnito, y como souvenir me llevó un ejemplar
de su novela gráfica.
No sé si ese es el término adecuado,
creo que los humanos llaman habitualmente
cómic a su trabajo”.

“En efecto”, confirma Esteban.

“Muy bien, tras leer el ejemplar,
decidí venir personalmente a felicitarlo”,
dice la langosta alienígena.

“Es un honor,
desea el señor un autógrafo?”,
pregunta Esteban.

“Desde luego”, dice la langosta alienígena,
alcanzándole una servilleta.

“Qué quiere que ponga?”,
pregunta Esteban.

“Ponga: con amor, para mi amigo inhumano”,
dice la langosta alienígena, y Esteban obedece.

“Aquí tiene”, dice Esteban,
alcanzándole la servilleta.

“Merci beaucoup, como dicen ustedes los franceses”,
dice la langosta alienígena.

“No somos franceses”, lo corrige Esteban.

“Detesto que me corrijan”, dice la langosta,
estirando una pata-brazo y arrancándole
el corazón a Esteban.

Victoria se aferra al cuerpo sin vida
de su marido gritando.
Debajo: un charco de sangre y tripas calientes.

“Disculpe usted, señora, fue un exabrupto”,
dice la langosta alienígena,
y abriendo sus alas de murciélago
rompe la ventana del departamento
y se pierde entre los edificios, zumbando.

El extraterrestre aterriza
en medio de un partido de fútbol.
Los jugadores, desconcertados lo rodean.
El bicho toma por el cuello al árbitro
y lo levanta del piso, mientras le grita:

“Dónde vive Johannes Kepler?”.

“No sé, no sé”,
dice el árbitro con un hilo de voz,
y el bicho lo arroja a unos metros.
Entonces se planta delante de los 22 jugadores
y grita aún más fuerte:

“Es que nadie aquí conoce a Johannes Kepler?”.

En este punto el viejo de pelo gris nos aclara,
citando a wikipedia:

"Johannes Kepler (Weil der Stadt, Alemania, 27 de diciembre de 1571 - Ratisbona, Alemania, 15 de noviembre de 1630), fue una figura clave en la revolución científica, astrónomo y matemático alemán; conocido fundamentalmente por sus leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol. Fue colaborador de Tycho Brahe, a quien sustituyó como matemático imperial de Rodolfo II

aqui vemos una imagen

  http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/de/JKepler.png



En el principio el Monje hizo
los cielos y la tierra. Y la tierra estaba vacía
y desordenada e idiota y los vapores
cubrían el abismo,
y el espíritu del Monje
aleteaba por sobre las aguas como una gaviota.
Entonces el Monje dijo:
“Sea la luz”, y hubo luz.
Y el Monje vio que la luz era buena,
y la separó de las tinieblas.
Y a la luz, la llamó día,
y noche a las tinieblas,
y fue la mañana y la tarde del primer día.
Y el monje dijo: “Haya una cúpula
en medio de las aguas,
y haya apartamiento entre aguas y aguas”.
E hizo el Monje la cúpula,
y separó las aguas que están
debajo de la cúpula,
de las aguas que están sobre la cúpula.
Y fue así. Y el Monje llamó Cielos
a la cúpula, y fue el atardecer del
segundo día. Y el Monje dijo:
“Júntense las aguas que están
debajo de los cielos en un lugar,
y descúbrase lo seco”; y fue así.
Y llamó el Monje á la seca Tierra,
y á la reunión de las aguas llamó Mares:
y vió el Monje que todo era bueno.
Y dijo el Monje:
“Produzca la tierra hierba verde,
hierba que haga simiente;
árbol de fruto que haga fruto
según su naturaleza,
que su simiente esté en él sobre
la tierra; y fue así”.
Y produjo la tierra hierba verde,
hierba que hace simiente según su naturaleza,
 y árbol que hace fruto, cuya simiente
está en él según su naturaleza;
y vio el Monje que era bueno.
Y fué la tarde y la mañana el día tercero.

Acompañamos a Victoria al velatorio,
a cajón cerrado, de Esteban.
Está destrozada.
La rubia se ha hecho cargo
de los detalles del funeral, y de su costo.
La rubia, cabe aclararlo, es millonaria.

Cuando yo era chico,
mi papá me dijo
que no había que patearle los huevos a nadie,
porque ahí estaba el alma,
y si uno le pateaba los huevos
a alguien muy fuerte,
seguro que se quedaba sin alma.

Entonces el rinoceronte
anotó en su cuaderno de frases,
sus frases favoritas de Tito Livio:

“Olvidemos lo que ya sucedió,
pues puede lamentarse, mas no rehacerse.

Cuando la situación es adversa
y la esperanza poca, las determinaciones drásticas
son las más seguras. Siempre y cuando,
medie la cordura.

El miedo siempre está dispuesto
a ver las cosas peor de lo que son.
La valentía es ciega.

El sol no se ha puesto aún por última vez.
Pero tampoco va a volverse a poner por vez primera.

Cualquier esfuerzo resulta ligero con el hábito.
Y el hábito hace al monje.

La verdad puede eclipsarse
pero no extinguirse. La mentira es infinita.

Ningún favor produce una gratitud
menos permanente que el don de la libertad,
especialmente entre aquellos pueblos
que están dispuestos a hacer mal uso de ella.
No confundáis libertad, con libertinaje

etcétera.”

La hijita del rinoceronte salta la cuerda cantando:

"Una gallinita ciega
en un pozo se cayó
y según se iba ahogando
hacía clo, clo, clo, cló.
Yo no siento la gallina
ni los cuartos que costó.
Sólo siento los pollitos
tan bonitos que crió,
que según se iban ahogando
hacían, clo, clo, clo, cló"

    Ahora le toca a Lucrecia, una de sus amiguitas,
quien toma la cuerda y comienza a saltar,
cantando:

    “Papá, mamá
    de cuántos años me voy a casar ?.
    De cinco;
    no lo creo.
    Volvamos a contar:
    Uno, dos, tres, cuatro y cinco.”

    Cuando era niño, me gustaba encender fósforos
y quemarles la espalda a los cascarudos.
Había unos que parecían tanquecitos,
eran negros y brillantes.
Entonces les acercaba el fósforo encendido
y el caparazón se ponía blanco,
y ya les costaba más caminar.
Entonces les tiraba un chorro de alcohol
y encendía otro fósforo y los incendiaba
completamente. Generalmente,
se daban vueltas como tortugas
y pataleaban muchísimo.
Seguramente pensaban:
“qué he hecho yo para merecer esto?”

y además

    Una vez le pedí a mi papá
que me comprara un algodón de azúcar rosado.
Pero, mi papá me compró una manzana
acaramelada con palomitas de maíz encima,
porque para él eso era mucho más rico.

y además yo

    Cuando era chico no dibujaba muy bien
las letras cursivas.
Por ejemplo: mis erres eran casi
iguales a mis eses. Entonces
mi mamá me hacía escribir en un cuaderno
20 veces las erres cursivas,
y veinte veces las eses cursivas.
Y todavía las escribo mal.

    La gitana le pide a la rubia las manos,
para leérselas.

    “Veo una pronunciada línea de la intuición,
en el monte de la luna. Es usted una persona
muy sensible”, dice la gitana.

    “Ya veo”, dice la rubia, mientras
yo le tengo la cartera.

    “Su monte de la luna es normal,
pero el monte de Venus de la mano izquierda
es dominante, usted suele ser irreflexiva
y autoritaria”, dice la gitana.

    “Puede ser”, concede la rubia.

    “Su línea de la cabeza es débil,
pero Marte domina en la derecha,
por lo que veo, posee usted una gran fuerza
de voluntad para conseguir lo que se proponga”,
dice la gitana.

    “Ya veo”, dice la rubia.

    “El dedo de mercurio es corto,
es usted muy inteligente,
se le dan bien las abstracciones
y posee un gran poder de síntesis”, dice la gitana.

    “Eso es cierto”, dice la rubia.

y hablando de supersticiones

    “Según el horóscopo maya,
soy una lechuza”, dijo Victoria,
con los ojos rojos.

    “Y eso qué significa?”, le preguntó la rubia.

    “Que tengo el alma profunda,
que soy muy intuitiva”, dice Victoria.

    “Eso es muy cierto, y qué más?”,
pregunta la rubia.

    “Soy una persona que tiene
un mundo interior muy rico,
y me lo guardo todo. Me gustan los halcones
y las ardillas. Esteban era una ardilla”,
dice Victoria y se larga a llorar,
entonces la rubia la abraza muy fuerte.

    “Las ardillas son gente muy inquieta,
adictas al trabajo, muy delicadas”,
dice Victoria, con la voz quebrada.

    Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

    El idiota en el Hades.
Hay un arroyo a la izquierda,
y un ciprés blanco a la derecha.
El idiota bebe el agua del arroyo
y recuerda sus vidas pasadas.
Fue un guerrero africano
que acabó aplastado por una bandada de jirafas.
Fue un pez sapo. Y también un cascarudo
que murió quemado por un niño.
Y ahora es un idiota, sin remedio.

    Huye la multitud de campesinos despavorida,
huye también el ganado.
Detrás de las colinas, en posición de combate:
el gigante se yergue entre las nubes.

    Cierro el libro pasmado.
“He visto alguna vez esa imagen,
en alguna otra parte”, pienso,
y me preparo otro té bien negro.

    Estaba el monje desnudo,
a orillas del río, tomando el sol del mediodía.
Se le acercó Alejandro,
vistiendo sus ropas de general.

    “Disculpe, usted, buen hombre.
Estoy encantado de conocerle”, dijo Alejandro.

    “Muévete un poco, hijo, me tapas el sol”,
dijo el monje, y Alejandro obedeció.

    “¿Por qué te quedas mirándome así,
como un pavote?”, le preguntó el monje.

    “Me gustaría ser como usted, señor”,
le dijo Alejandro.

    “Nada más fácil,
quítate la ropa,
y disfruta del sol conmigo”, le dijo el monje.

    “No puedo, tengo que conquistar el mundo”,
le dijo Alejandro.

    “¿Para qué?”, preguntó el monje.

    “Para después descansar,
con la conciencia tranquila
por el deber cumple”,
dijo Alejandro.

    “Yo no necesito nada de eso,
ahora mismo estoy descansando
el deber nunca se cumple
siempre hay deber nuevo,
y así el haber queda vacío”, dijo el monje.
Entonces Alejandro se quitó la ropa
y disfrutó del sol junto al monje,
toda el resto de la tarde,
postergando un día la conquista del mundo
para breve alivio de sus futuras víctimas.

    Cuando Esteban era niño,
le gustaba mucho comer alfajores
de maicena con dulce de leche y coco.
Pero eso no creo que les importe.

por otra parte

    La mujer con cabeza de ciervo
sacrifica un conejo a la luna llena,
para traer la lluvia.

    y El rinoceronte lee:

    Estatus interius
    ira vehementi
    in amaritudine
    loquor mee menti:
    factus de materia,
    cinis elementi
    similis sum folio,
    de quo ludunt venti

    Y mentalmente traduce:

    “Con el fuego adentro
    de absoluta furia
    pleno de amargura
    ahora que
    lo pienso:
    soy sólo
    materia, del rescoldo resto
    follaje que mueve
    el viento”

    El rinoceronte suspira largamente y piensa:

    “Nunca seré un gran poeta
qué lástima”

    La ardilla se puso de pie
y dijo: “estoy de acuerdo”.
La rubia le facilitó el maletín,
y la ardilla lo abrió y contó los fajos de dinero.

    “Está todo?”, preguntó la rubia.

    “Está todo”, dijo la ardilla.

    “Y el frasco?”, preguntó la rubia.

    “Dáselo”, ordenó a la flaca la ardilla.

    “Gracias”, dijo la rubia a la flaca,
recibiendo el frasco de mariposas secas.

    “No más de dos por día, no abuses”,
dijo la ardilla.

    “De acuerdo”, dijo la rubia,
mascando una mariposa.

    Mascar mariposas secas produce
numerosos efectos en los seres humanos
femeninos de cabello rubio.
A los 20 minutos de ingerida la mariposa,
comienza a oírse una música de piano atemperado.
Luego se ven tramas de colores plásticos,
superponiéndose a la silueta de las cosas.
Luego se experimenta lo que algunos llaman
“el gran vértigo”, o la “mega-angustia”,
una especie de caída al abismo,
en donde las emociones se convierten en líquidos,
que se mezclan en una suerte
de sopa orgánica pre-racional aceitosa.
Este efecto producido por la ingesta
de dos mariposas, es altamente desestresante.
Los músculos, tras el descenso a la mega-angustia
 tienen la consistencia de la gelatina con crema,
más o menos.

    El rinoceronte se lleva de paseo a su hijita.
Le compra un bombón-helado.
La lleva al cine a ver una película de Fassbinder.
La niña se queda dormida durante la proyección.
Luego el padre la lleva a un concierto
de un pianista amigo,
que ejecuta piezas de Chopin a la inversa.
La hijita sigue roncando.
El rinoceronte la lleva de aquí para allá
en una mochila,
que sólo deja ver su cabeza, en este caso:
dormida.

    “Qué hermosa flor”, dijo la rubia.

    “Tiene la forma exacta de una sonrisa”,
dijo el jardinero.

    “Muerde?”, preguntó la rubia.

    “A veces”, dijo el jardinero, y agregó:
“por eso tratamos de no hacerla enojar”.

por otra parte:

    Fathma (hija del profeta): Dios, llévame pronto.
Quiero volver a ver a mi padre.

    El Monje: Sí, la vida sin el Profeta
es una vaso de agua impura, un camello sin joroba,
el desierto extraviado en la pupila
de una giganta barbuda.

    Fathma (hija del profeta):
Qué raro hablas, de dónde vienes?

    El Monje: Soy el fuego que quemará los mundos, si cabe.

    Fathma (hija del profeta): Y eso qué significa?

    El Monje: Soy el polvo de tu cuerpo, si te place.

    Fathma (hija del profeta): No os entiendo. De qué me estáis fablando, Monje? Quién demonios eres?

    El Monje,
hijo de Nicómaco y de Efestiada,
fue natural de Estagira.
Nicómaco descendía de Nicómaco,
hijo de Macaón, que lo era de Esculapio,
como dice Hermipo
en el libro que escribió acerca del Monje.
Vivió con Amintas, rey de Macedonia,
por causa de la medicina y por amistad.
Fue el discípulo más legítimo de Platón,
y de voz balbuciente,
 como dice Timoteo Ateniense
en el libro de las Vidas.
También dicen que tenía las piernas delgadas
y los ojos pequeñitos,
que usaba vestidos preciosos y anillos,
y que se cortaba la barba y el pelo
al ras con máquina eléctrica.
Tuvo de su concubina Herpílide un hijo,
llamado Nicómaco, según escribe Timoteo.
Apartóse de Platón viviendo todavía éste,
por lo cual cuentan que dijo: «El Monje nos tira coces,
como hacen los potricos con sus madres.

Dice Hermipo en las Vidas que habiendo
ido de embajador por los atenienses a Filipo,
fue Jenócrates hecho jefe de la escuela
en la Academia; y que habiendo vuelto
y visto la escuela en poder de otro,
tomó en el Liceo un sitio para pasear,
y paseando allí hasta la hora de ungirse
los atletas filosofaba con sus discípulos,
y de este paseo fue llamado Peripatético.
Otros dicen que lo fue porque hacía
algunos discursos a Alejandro
al tiempo que paseaba convaleciendo
de una enfermedad. Después que ya eran
muchos sus discípulos,
filosofaba sentado y solía decir:

“Es cosa indecorosa,
si Jenócrates habla, que yo calle”.

Ejercitaba unidamente a todos
sus discípulos en cada proposición,
y al mismo tiempo los instruía en la retórica.

Pasó después a estar con el eunuco Hermias,
que era tirano de los atarnenses,
y, según algunos, su bardaje: bien que otros afirman tenía afinidad con él,
habiéndole dado en mujer
a su hija o sobrina, como dice Demetrio
de Magnesia en el libro De los poetas
y escritores colombroños,
el cual añade que Hermias
había sido esclavo de Eubulo,
natural de Bitinia, y que había muerto a su amo.
Aristipo, en el libro I De las delicias antiguas,
dice que El Monje amó a una concubina de Hermias,
y habiéndola conseguido la tomó por mujer,
y por el gran gozo que tuvo le ofreció
sacrificios, como los atenienses a Ceres Eleusinia,
 y a Hermias le compuso el himno que escribiremos abajo.
 De allí pasó a Macedonia a estar con Filipo,
y recibió de él por discípulo a su hijo Alejandro;
pidió a éste restaurase su patria destruida
por el mismo Filipo, y conseguido esto,
la puso leyes. También puso leyes
 en la escuela, a imitación de Jenócrates,
sobre que se crease nuevo director cada diez días.

Luego que le pareció estaba
suficientemente instruido Alejandro,
regresó a Atenas, componiendo antes
con él a su pariente Calístenes Olintio,
al cual, como hablase al rey con demasiada
libertad y no le obedeciese, lo reprendió,
diciendo:


Morirás presto, mozo que así hablas.


Y así sucedió, pues habiendo sido
partícipe de las asechanzas
de Hermolao contra Alejandro,
fue puesto y llevado públicamente
en un jaula de hierro, en donde se llenó de corrupción y hediondez, y finalmente fue arrojado a un león,
con que acabó su vida.

El Monje, pues, llegado a Atenas
y regentando la Escuela por espacio de trece años,
se fue ocultamente a Calcide,
porque el sacerdote Eurimedonte,
presidente de los sacrificios
(o bien Demófilo, según escribe Favorino
en su Historia varia) lo había acusado de impiedad
a causa del himno compuesto por él al mismo Hermias,
y haber puesto al pie de su estatua en Delfos
 el epigrama siguiente:


Quitó a éste la vida el rey inicuo

de los flecheros persas,
traspasando las leyes y los pactos
de los varones cándidos y fieles:
pero no le dio muerte cuerpo a cuerpo
contra la cruenta lanza en la pelea,
sino con la falacia
y no guardada fe de hombre engañoso.

Murió allí mismo habiendo bebido el acónito,
como dice Eumelo en el libro V de sus Historias,
 a los setenta años de edad; y añade que tenía
treinta cuando entró en la escuela de Platón.
Engáñase en esto, pues vivió sesenta y tres,
y entró con Platón a los diecisiete.
El himno es como se sigue:

¡Oh Virtud, laboriosa a los mortales!
¡Noble y excelso halago de la vida!
Por tu belleza, Oh Virgen,
es en Grecia la muerte ya envidiada,
y continuos trabajos se toleran.
Tú grabas en la mente de los hombres
el no caduco fruto, preferible
al oro, a nuestros padres
y al blandísimo sueño.
Por ti el hijo de Júpiter, Alcides,
y los hijos de Leda,
mil trabajos sufrieron,
tu fuerza publicando con facciones.
Por el mismo deseo de alcanzarte,
bellísima Virtud, Aquiles y Áyax
a la mansión tártarea descendieron.
Igualmente, el amor de tu hermosura,
robó del sol los claros resplandores
de Atarna al ciudadano;
que siendo ya clarísimo en sus hechos,
haránlo más las musas inmortales
hijas de la memoria,
prendas del firme amor, que dan aumento
de Jove Hospedador al sacro culto

Hay un epigrama mío a él, que es el siguiente:

De impiedad acusaba Eurimedonte,
sacerdote de Ceres,
al Monje, y éste el riesgo evita
acónito bebiendo.
Esto era realmente lo más fácil
para burlar a un sicofanta injusto.

Cierro el libro, y preparo el desayuno a la rubia,
quien nuevamente se ha quedado dormida,
faltando por tercera vez consecutiva al trabajo.
Porque ella trabaja y quiere ser poeta profesional
algún día, aunque sea muy millonaria.
 El abuso de las mariposas ha hecho estragos
con su psiquis, aunque su cuerpo sigue
siendo bastante perfecto.y ahora:::

La rubia está comprando una tirita de aspirinas.
se toma unas tres, con una vaso de gaseosa
sabor limón, a la luz del sol,
que atraviesa las burbujas,
imperfectamente redondas.

La ardilla conduce el vehículo
por cientos de kilómetros,
la flaca y el albino duermen
en los asientos traseros.
Es un día nublado.

La ardilla se detiene en una estación de servicio.
Le indica a la empleada,
vestida con calzas elastizadas blancas,
y gorrita azul, que llene el tanque,
guiñándole un ojo.
Después entra al supermercadito
y compra una bolsa grande de papas fritas,
yogur de frutilla bebible,
y una botella de agua mineral de dos litros,
finamente gasificada, para la flaca.
Vuelve al auto y aplaude,
despertando a los dormilones.

“Dónde estamos?”, pregunta la flaca,
con lagañas en los ojos rojos.

“Cerca de Bahía Blanca”, dice la ardilla.

“Qué tan cerca?”, pregunta el albino, de ojos grises.

“Treinta kilómetros”, dice la ardilla,
encendiendo un cigarrillo mentolado.

“Disculpe señor, no se puede fumar”,
le dice la empleada,
del otro lado de la ventanilla.

La casa constaba de tres piezas y un desván.
Era la primera, a más de comedor y sala,
alcoba de los Centenos mayores.
En la segunda dormían las dos señoritas,
que eran ya mujeres, y se llamaban la Mariuca
y la Pepina. Tanasio, el primogénito,
se agasajaba en el desván, y Celipín,
que era el más pequeño de la familia
y frisaba en los doce años,
tenía su dormitorio en la cocina,
la pieza más interna, más remota, más crepuscular,
 más ahumada y más inhabitable de las tres que componían la morada Centenil.

El idiota, durante los largos años
de su residencia allí, había ocupado distintos rincones,
pasando de uno a otro conforme
lo exigía la instalación de mil objetos
que no servían sino para robar a los seres vivos
su último pedazo de suelo habitable.
En cierta ocasión (no conocemos la fecha con exactitud),
Tanasio, que era tan imposibilitado de piernas
como de ingenio, y se había dedicado
 a la construcción de cestas de avellano,
puso en la cocina, formando pila,
hasta media docena de aquellos ventrudos ejemplares
de su industria. Entonces el idiota volvió
tristemente sus ojos en derredor,
sin hallar sitio donde albergarse;
pero la misma contrariedad sugiriole
repentina y felicísima idea, que al instante
puso en ejecución. Metiose bonitamente
en una cesta, y así pasó la noche en fácil
y tranquilo sueño. Indudablemente aquello
era bueno y cómodo: cuando tenía frío,
tapábase con otra cesta. Desde entonces,
siempre que había garrotes grandes,
no careció de estuche en que encerrarse.
Por eso decían en la casa:
«Duerme como una alhaja”.

Y así fue que la rubia
levantó en el patio de su madre,
con sus propias manos, un horno de barro.
Tardó cinco días en levantarlo.
Yo le presté la ayuda que pude. Y al sexto día,
cocinó diez panes, ante el horror de la madre.

pero, por otra parte

“No creo en el destino”, dijo el ciego.

“Yo sí que creo”, dijo Victoria,
mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar.

mientras tanto en Bahía Blanca

“Cómo se dice hola en ruso?”,
preguntó la flaca al albino,
que manejaba el vehículo a más de cien kilómetros
por hora, bajo la lluvia eléctrica.

“Привет”, dijo el albino,
y puso la quinta marcha, apretando el embrague.

El albino, la flaca y la ardilla,
en la cama. Habitación 17, de un motel de ruta.
Sólo la flaca está desnuda.
Lo mira al albino y le pregunta:

“Te gustan mis t3tas?”. El albino se ríe.

“Te gustan?”, repite la flaca la pregunta.

“Sí”, dice el albino, y vuelve a reírse.

“De verdad, te gustan?”,
pregunta la flaca. El albino se ríe.

“Te gustan?”, repite la flaca la pregunta.

“Sí”, dice el albino, y vuelve a reírse.

La ardilla pone la moneda en la ranura,
y juega el juego de la ranita.
En la pantalla se ve un autopista
desde arriba, pasan autos y camiones.
El objetivo del juego es que
la ranita cruce la calle sin ser pisada.
Si lo logra, el jugador pasa al siguiente nivel,
en el cual los autos circulan más rápidamente.
Es el juego favorito de la ardilla,
se pasa horas jugando, lo desconecta de todo,
lo hace sentir tranquilo, es su nirvana,
por así decirlo.

La flaca y el albino, mientras tanto:
toman cerveza roja, y comen pizza de rúcula
y queso parmesano.

“Qué es una escalera?”, preguntó
el viejo pelado.

“Una escalera es una construcción
diseñada para comunicar varios espacios
situados a diferentes alturas. Está conformada
por escalones (peldaños)
y puede disponer de varios tramos
entre los descansillos (mesetas o rellanos).

Pueden ser fijas, transportables o móviles.
A la escalera amplia, generalmente artística
o monumental se la llama escalinata.
La transportable o «de mano»,
 elaborada con madera, cuerda o ambos materiales,
se la denomina escala.
Aquella cuyos peldaños se desplazan
mecánicamente se llama escalera mecánica.

Una escalera fija, de fábrica,
está compuesta de peldaños,
y dispone de las siguientes zonas:

    Tramos o zancas:
los elementos inclinados que sirven de apoyo a los peldaños;

    Descansillos, mesetas o rellanos: los elementos horizontales en que termina cada tramo;

    Peldaños o escalones: los elementos de un tramo que sirven para apoyar el pie;

        la huella o pisa es la zona horizontal del escalón o peldaño en donde se asienta el pie;

        la tabica o contrahuella es la parte vertical del escalón.

También puede disponer de:

    Mamperlán: listón de madera con que se guarnece el borde de los peldaños en las escaleras de fábrica. Suele ser de forma redondeada, y sobresalir ligeramente de la tabica.

    Zanquín: pieza que recubre la parte inferior de la pared, a modo de pequeño zócalo o rodapié.

Además, suele tener una barandilla de protección rematada en un pasamanos para dotarla de seguridad y facilitar su tránsito.

Los escalones se apoyan sobre una estructura, a modo de vigas inclinadas, que reciben el nombre de zancas; suelen ser de muy diversos materiales: madera, acero, hormigón, etc.”

“Wikipedia?”, pregunta el viejo pelado.

“Exacto”, confirma el viejo de pelo gris.

La rubia está hilvanando un ovillo,
mientras un perrito le lame los pies descalzos.
Es la sala de estar de la madre,
que la mira con asco a través de su monóculo azul
ligeramente empañado,
tomando su copita de brandy.

y después

La rubia juega al voleibol
con el hermano en el jardín.
Son las dos de la tarde.

y además

La rubia escribe en su cuaderno de poemas:

“hubo aquí un terremoto”,

“desde el tren se ve
un cementerio de autos
bajo el puente
autos rotos
quemados
apilados
desde el tren se ve
un cementerio de autos
bajo el puente
bajo el puente”,

“ en una mesa
de mármol
juegan las señoras
al ajedrez, cae la tarde
una de ellas es ciega,
la otra
tiene dos narices
en una mesa
de mármol
juegan las señoras
al ajedrez, cae la tarde
cae cae”,

“el viento en la luna
levanta un polvo
blanco
para sorpresa de
los ojos verdes de mi
gato, miau miau”,

“la superficie del lago está quieta
es un espejo que
se come el paisaje...”,

“una máquina oxidada, no sé qué es
tiene puertas, tiene ventanas,
asientos de cuero rotos dejan ver
la goma espuma,
una máquina oxidada, no sé qué es”,

“ella es bella
como
un ternero
ella es bella
como
el hielo
derretido en tu vaso
de vino
blanco
ella es bella como
las nieves del ártico
ella es suave como
el choclo
y tiene una bella nariz
de papagayo”,

“debajo del paraguas, una señora
con lentes gigantes azules,
llueve”,

“de la ceniza de los huesos
todos nacemos,creo”,

“apio, zapallo y cebolla
hacen una
rica sopa “,

“todas las pecas que hay
en tu espalda en tu cara
son estrellas vistas con ojos invertidos
que hacen de la luz oscuridad, tu piel entonces
debe ser la noche, se me ocurre”,

“el general cruza la cordillera
con el cuerpo a la miseria
su ejército, no obstante
ganará la guerra”,

“el gran líder sale al balcón
y da un discurso
a la luna loca que es su público”,

“este es el día en el que los gatos se ríen
no vayas, pues, tú a reírte,
no eres un gato, jejé “,

“cuando no hay tiempo
no todo está quieto, cuidado”,

“tienes mucha agua,
entonces tienes plata,
tienes aire, mucho aire, entonces
tienes suerte,
tienes fuego en el cuerpo,
 mucho fuego
entonces: tienes miedo,
creo“,

“en el patio la mujer rocía
con la manguera las plantas
una cotorra en el árbol
más alto, habla en su
idioma”,

“un ciego pide
monedas por su
ceguera”,

“cuando ya
te resulte inservible
mirar,
es que has visto
de verdad”,

“en un cofre
hay una llave
una llave
que todo lo abre “,


“acostada en la bañadera llena
de agua tibia y espuma
duerme
la princesa
y sueña
con una mujer que le saca
la lengua”,

Después de escribir
el tirón de poesía transcripto ut supra,
la lee en voz alta.

Yo le cebo unos mates, mientras tanto.

Todos los que suponen que el todo es uno, que no admiten más que un solo principio, la materia, que dan a este principio una naturaleza corporal y extensa, incurren evidentemente en una multitud de errores, porque sólo reconocen los elementos de los cuerpos, y no los de los seres incorporales; y sin embargo, hay seres incorporales, y después, aun cuando quieran explicar las causas de la producción y destrucción, y construir un sistema que abrace toda la naturaleza, suprimen la causa del movimiento. Otro defecto consiste en no dar por causa en ningún caso ni la esencia, ni la forma; así como el aceptar, sin suficiente examen, como principio de los seres un cuerpo simple cualquiera, menos la tierra; el no reflexionar sobre esta producción o este cambio, cuyas causas son los elementos; y por último, no determinar cómo se opera la producción mutua de los elementos. Tomemos, por ejemplo, el fuego, el agua, la tierra y el aire. Estos elementos provienen los unos de los otros unos por vía de reunión y otros por vía de separación. Esta distinción importa mucho para la cuestión de la prioridad y de la posterioridad de los elementos. Desde el punto de vista de la reunión, el elemento fundamental de todas las cosas parece ser aquel del cual, considerado como principio, se forma la tierra por vía de agregación, y este elemento deberá ser el más tenue y el más sutil de los cuerpos. Los que admiten el fuego como principio son los que se conforman principalmente con este pensamiento. Todos los demás filósofos reconocen en igual forma, que tal debe ser el elemento de los cuerpos, y así ninguno de los filósofos posteriores que admitieron un elemento único, consideró la tierra como principio, a causa sin duda de la magnitud de sus partes, mientras que cada uno de los demás elementos ha sido adoptado como principio por alguno de aquellos. Unos dicen que es el fuego el principio de las cosas, otros el agua, otros el aire. ¿Y por qué no admiten igualmente, según la común opinión, como principio la tierra? Porque generalmente se dice que la tierra es todo. El mismo Hesíodo dice que la tierra es el más antiguo de todos los cuerpos; ¡tan antigua y popular es esta creencia!”(El Monje, Metafísica, Libro VIII, traducido por Patricio de Azcárate, 1872).

La rubia se ha puesto a reciclar papel.
Y después se ha fabricado unas remeras
con tela de sábanas viejas.
Anda todo el día descalza,
porque dice que no cree en los zapatos.
La madre apenas la soporta.

“No voy a llorar”, pensó la flaca,
desde el suelo, mientras el albino
le pateaba la espalda.

“Justa cosa es que los hombres, que desean aventajarse a los demás vivientes, procuren con el mayor empeño no pasar la vida en silencio como las bestias, a quienes la naturaleza crió inclinadas a la tierra y siervas de su vientre. Nuestro vigor y facultades consisten todas en el ánimo y el cuerpo: de éste usamos más para el servicio, de aquél nos valemos para el mando; en lo uno somos iguales a los dioses, en lo otro a los brutos. Por esto me parece más acertado solicitar gloria por medio del ingenio que de las fuerzas corporales, y puesto que la vida que vivimos es tan breve, eternizar cuanto sea posible nuestro nombre, porque la gloria que producen las riquezas y hermosura, es frágil y caduca; la virtud, ilustre y duradera. No obstante esto, hubo larga y porfiada disputa entre los hombres, sobre si el ejercicio de la guerra se adelantaba más con las fuerzas del cuerpo o con el vigor del ánimo, porque para cualquiera empresa se necesita de consejo; resuelta una vez, de pronta ejecución. Y así el ánimo y el cuerpo, no pudiendo obrar por si solos, mutuamente se necesitan y socorren”, dijo el idiota.

“Lo que dices es muy inteligente”, le dijo, sorprendido, el monje.

“En lo antiguo, los reyes (que éste fue el nombre que se dio en el mundo a los primeros que mandaron) ejercitaban ya el ánimo, ya el cuerpo, según el genio de cada uno; aún entonces pasaban los hombres la vida sin codicia; todos estaban contentos con su suerte. Pero después que Ciro en Asia, y en Grecia los lacedemonios y atenienses comenzaron a sojuzgar los pueblos y naciones, a guerrear por sólo el antojo del mando y a medir su gloria por la grandeza de su imperio, entonces mostró la experiencia y los sucesos que el nervio de la guerra es el ingenio. Y a la verdad, si los reyes y generales hiciesen tanto uso de él en tiempo de paz, como en la guerra, con mas tenor e igualdad irían las cosas humanas, ni lo veríamos todo tan trocado y confundido, porque el mando fácilmente se conserva por las virtudes mismas con que al principio se alcanzó. Pero luego que ocupa el lugar del trabajo la desidia, y el capricho y soberbia el de la moderación y equidad, múdase juntamente con las costumbres la fortuna, y así pasa siempre el imperio del malo y no merecedor a los mejores y más dignos. La tierra, los mares y cuanto encierra el mundo está sujeto a la humana industria, pero con todo hay muchos que entregados a la gula y al sueño pasan su vida como peregrinando, sin enseñanza ni cultura, a los cuales, trocado el orden de la naturaleza, el cuerpo sirve sólo para el deleite, el alma les es de carga y embarazo. Para mí no es menos despreciable la vida de éstos que la muerte, porque ni de una ni de otra queda memoria, y me parece que sólo sirve y goza de la vida el que ocupado honestamente procura granjearse fama por medio de alguna hazaña ilustre o virtud excelente. Pero como hay tantos caminos, la naturaleza guía a cada uno por el suyo”, dijo el idiota.

“Los idiotas no hablan así”, dijo el Monje.

“Noble cosa es hacer bien a la república, pero ni el bien hablar carece de su mérito. En paz y en guerra hay campo para hacerse un ciudadano ilustre, y así, no sólo se celebran muchos que hicieron cosas grandes, sino también que las escribieron de otros. Y a la verdad, aunque nunca sea tan digno de gloria el que escribe como el que hace las cosas, me parece, sin embargo, muy difícil escribir bien una historia, ya porque para esto es menester que las palabras igualen a los hechos, ya porque hay muchos que si el escritor reprende algún vicio, lo atribuyen a mala voluntad o envidia; y cuando habla del valor grande y de la gloria de los buenos, creen sin violencia lo que les parece que ellos pueden fácilmente hacer; pero si pasa de allí, lo tienen por mentira o por exageración. Yo, pues, en mis principios, siendo mozuelo, me trasladé, como otros muchos, del estudio a los negocios públicos, donde hallé mil cosas que me repugnaban, porque, en lugar de la modestia, de la frugalidad y desinterés, reinaban allí la desvergüenza, la profusión y la avaricia. Y aunque mi ánimo no acostumbrado a malas mañas rehusaba todo esto, mi tierna edad, cercada de tantos vicios, se dejó corromper y apoderar de la ambición, de suerte que, repugnándome las malas costumbres de los otros, no me atormentaba menos que a ellos la envidia y la ansia de adquirir honor y fama”, dijo el idiota.2

“Notable”, dijo el monje.

“... no me acuerdo cómo sigue”, dijo el idiota
y se quedó dormido de pie.

La flaca se arrastró hasta el baño
y vomitó sangre en el inodoro.
La radio a todo volumen, de fondo.

El Monje miró a uno y a otro lado,
y confirmó que nadie lo estaba observando,
entonces, abrió el libro y leyó:
“La rubia llega a su departamento y se desnuda.
 Y sobre el piso de madera lustrada practica
varias posiciones de yoga.
Se corta el pelo con unas enormes tijeras.
Se rapa con una afeitadora eléctrica.
Junta los cabellos en una olla y se prepara una sopa...”

“No puede ser”, pienso, cerrando el libro,
bastante asustado. Debo haber leído mal.
Vuelvo a abrir el libro y leo:

El Monje miró a uno y a otro lado,
y confirmó que nadie lo estaba observando,
entonces, abrió el libro y leyó:
“No puede ser”, pienso, cerrando el libro,
bastante asustado. Debo haber leído mal.
Vuelvo a abrir el libro y leo...:”

Cierro el libro. Debe ser el cansancio.
No tiene sentido. Me levanto y me preparo un té bien negro. Enciendo un cigarrillo, aunque no fumo.
Termino tosiendo muchísimo.

La rubia se ha levantado
con una barba blanca esta mañana. He tenido que afeitársela, usando unas navajas bien afiladas.

“Ha faltado mucho días,
sin justificar las ausencias, señorita”,
le dice el rinoceronte a la rubia,
ni bien ella entra a la oficina.

“Lo siento, señor. Estuve ocupada”,
dice la rubia.

“Esa no es una buena excusa, señorita”,
dice el rinoceronte, cruzándose de brazos.

“Qué quiere que le diga, señor?”,
pregunta la rubia.

“No sé, algo sensato, supongo”,
dice el rinoceronte.

“Qué es la sensatez?”,
 pregunta la rubia.

“Prepáreme un café, señorita, que hoy no estoy
para filosofías. A propósito, en su escritorio
hay una serie de ejercicios para usted.
Resuélvalos para el mediodía, hagame el favor”,
dice el rinoceronte.

“Desde luego, señor, así lo haré”, dice la rubia.

El primer ejercicio reza: “Cuántos m3 de aire se necesitan para la combustión completa de una tonelada de hidrógeno?”.

“Ese es fácil”, piensa la rubia y escribe:

“866,66 x 5 = 9333,33 m3 de aire”.

El segundo ejercicio reza: “7 x +8 = 5 (x-2)”

“-9”, escribe la rubia.

El tercer ejercicio reza: “La masa de un electrón en reposo es 9,1 10-31 Kg, calcular su masa cuando se mueve a 8,9 108 m/s”

“9,55 10-30 Kg “, escribe la rubia, pero ella sabe que está mal.

y otro día

La rubia ha comprado
una sandía enorme en la verdulería.
La cargo hasta el departamento.
La ponemos en la mesa y la sandía empieza a llorar.
La rubia se acerca a la fruta
y escucha con cuidado el llanto.
Con las uñas largas que tiene
va descascarando la sandía.
Dentro encuentra un bebé,
de unos tres meses.

“Hijito”, dice ella y lo levante.
Después lo lava con aceite de oliva
y le da la teta.

Han pasado tres días,
y el niño ya tiene cuatro años y sabe hablar.
Lo llevamos a la plaza, le gustan mucho las hamacas,
y adora los toboganes.
Se lleva muy bien con la rubia.
Yo les saco fotos.
Los dos juntos se ven muy lindos.

El idiota y el Monje en la isla de los demonios,
adentrándose en la selva,
observados por gorilas.
El idiota abre el camino con su machete,
mientras el monje piensa:
“hay tantas especies de movimientos
y cambios cuantas las hay de ser”.

En el centro de la isla hay un hueco,
y una escalera por donde descienden los dos,
mientras el monje piensa:
“De la percepción
surge el recuerdo,
y de los recuerdos repetidos
de lo mismo surge la experiencia,
pues una multiplicidad numérica
de recuerdos constituye
una única experiencia”.

Una vez abajo,
avanzan por un corredor de piedra,
iluminado por antorchas,
al final del cual hay una puerta de madera.

“Yo tengo la llave”, dice el monje.

“Ábrala”, dice el idiota, babeándose,
y el monje abre la puerta.
Ingresan entonces a un salón de baile,
repleto de personas que bailan el vals,
vestidos de gala, al compás de la música
que emite un ojo gigante y azul en el techo.

Un camarero con peluca se acerca al monje
y le ofrece un canapé y algo de beber.
El monje come y bebe, mientras el idiota baila
con una joven altísima,
para risa de los invitados.

“Hermosa fiesta”,
le dice un enano,
de sombrero de copa blanco.

“Hermosa música”,
dice el monje, bebiendo su champagne
de un solo trago.

“El cuerpo está en la flor
de la edad entre más o menos
los 30 y los 35 años,
y el alma a los 49”, dice el rinoceronte.

“Puede ser”, dice su mujer,
sirviéndole un tazón de chocolate caliente.

“Hoy no hay churros?”, pregunta el rinoceronte.

“No tuve tiempo de prepararlos”,
dice su mujer, comiéndose las uñas, y agrega:
“te hice paté”.

“Paté?”, pregunta el rinoceronte.

“Sí, paté de hígado de cerdo”, dice su mujer.

“Entonces, comeré una tostada
con paté de cerdo”, dice el rinoceronte.

“De acuerdo, querido”, dice su mujer,
sacando la tostadora del fuego.

“Cómo te llamas?”,
le ha preguntado la rubia al niño,
una noche sin luna.

“Tsong Siang-jo”, ha dicho el niño,
y abriendo la boca ha soltado un chorro
de luciérnagas.

“Eres un demonio?”,
le preguntó el monje a una jovencita pelirrojísima.

“Sí”, dijo ella, con ojos de serpiente.

“No hagas maldades”, le dijo el monje,
mordiéndole el cuello y chupándole la sangre.

El idiota se dio cuenta de que estaba perdido.
Había vuelto a la selva y andaba sin dirección,
a los tumbos y encima sin machete.
Entonces, un conejo le preguntó:

“Estás perdido, amigo?”.

“Sí, señor conejo, estoy perdido”,
confesó el idiota, llorando.

“Mira, gira sobre tí mismo 6 veces,
y luego sigue derecho.
Encontrarás el camino, te lo juro”,
dijo el conejo, y el idiota así lo hizo.
Salió entonces de la selva,
y llegó a una ruta.
A lo lejos vio venir un vehículo,
se puso en medio de la ruta y levantó las manos.
El vehículo frenó a centímetros de su cuerpo.
Se bajó la ardilla, y comenzó a increparlo:

“¡Cómo se le ocurre, hombre!
¡¿No se da cuenta que podría haberlo matado?!”.

“Perdón, perdón, soy un idiota”,
dijo el idiota, llorando de rodillas.

“No se preocupe, amigo.
Lo llevamos adonde tenga que ir.
Ya pasó, ya pasó, vamos, levántese”, dijo la ardilla,
 y el idiota se subió al vehículo.

“Quiere una papa frita?”,
le dijo el albino, mientras
la ardilla arrancaba la máquina.

“Qué es una papa frita?”,
preguntó el idiota.

“Este tipo es un pirado del culo”,
dice el albino, riendo,
y repitiendo con cara de idiota:
“Qué es una papa frita?
Qué es una papa frita?”.

“Yo quiero papas fritas”,
dijo la flaca.

“Tú te callas, jodida perra”,
dijo el albino y la durmió de una trompada.

“Qué es una papa frita?”,
repreguntó el idiota.

“Este hijo de puta,
me mata, me mata”, dijo el albino,
palmeándole al idiota la espalda.

“El placer es principio
y culminación de la vida feliz.
Reconocemos al placer como el bien primero,
connatural a nosotros; es nuestro parámetro
para cualquier elección y cualquier rechazo,
y alcanzamos el placer siguiendo nuestros sentidos...
Por eso mismo, y teniendo en cuenta la cantidad
de molestias que podría acarrearnos
un tipo de placer, muchas veces lo desechamos.
Conviene juzgar estas cosas al modo de un cálculo,
considerando nuestros intereses”, dice el monje,
introduciéndole el dedo índice en el c=lo
a la jovencita pelirrojísima que gime.

La rubia y su hijo, Tsong Siang-jo, de treinta años.

“Mamá, estoy asustado”, dice el hijo.

“Por qué?”, le pregunta ella.

“Mi vida va muy rápido.
Nací hace quince días, y hoy tengo treinta años”,
dice Tsong Siang-jo.

“No te hagas problemas, hijo. Es la naturaleza”,
dice la rubia, enarcando las cejas
y parpadeando muy rápido.

“Por qué soy así, mamá?”,
pregunta Tsong Siang-Jo, ya de cuarenta años.

“No lo sé, querido, pero te quiero mucho”,
dice la rubia.

“Es cada vez más rápido”,
dice Tsong Siang-jo, ya de cincuenta años,
mirándose las manchas marrones de las manos.

“Amorcito, es mejor que te relajes”,
dice la rubia, conmovida hasta las lágrimas.

“Mamá, estoy viejo”, dice Tsong Siang-Jo,
ya de de setenta años, con la voz seca.

La rubia lo abraza
y el viejo se muere de un infarto.

“Murió tranquilo”, pienso,
cebándole un mate a la rubia,
que llora desconsolada.

“Hoy he escrito una poesía
que me ha gustado muchísimo”,
dijo el rinoceronte a su amigo Carlos V.

“Quiero oírla”, dice Carlos V.

“Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.


Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía…

Con tu rubor me iluminó al hablarte,
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.


Fue silencio y temblor nuestra sorpresa;

mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un júbilo tan blando,


que nuestros labios suspiraron quedos…

Y tu alma estremecíase en tus dedos
como si se estuviera deshojando”,

recitó el rinoceronte.

“Pero ese poema es de Leopoldo Lugones”,
dice Carlos V.

“Estás seguro?”, pregunta el rinoceronte.

“Segurísimo”, dice Carlos V.

“Me siento tan avergonzado”, dice el rinoceronte.

“No hay problema, querido,
a cualquiera puede pasarle”,
dice Carlos V, tratando de consolarlo.

“No hay caso, la poesía no es lo mío”,
confiesa, triste, el rinoceronte.

“Tu familia es hermosa, tu vida es plena”,
dice Carlos V, tratando de consolarlo.

“Puede ser, quién sabe”,
dice el rinoceronte, triste,
mordiéndose los labios.

Y la rubia escribió en su cuaderno:

“Yo fui madre
durante quince
días,

yo fui madre de un niño
que nació de una
sandía;

he visto crecer a mi niño,
su vida,
fue breve, pero mucha gente
vive
más de lo que debe,

terminó muriendo en mis brazos,
murió de viejo,
se llamó Tson Siang-jo,
y en quince días vivió 70 años”

“Cómo se llama ese árbol?”,
preguntó la flaca al idiota.

“Tipa”, respondió el idiota.

“Cómo lo sabes?”, preguntó la flaca.

“Me lo dijo el monje”, dice el idiota.

La rubia no quiere salir de la cama.
Hace dos semanas que no se levanta.
Ha venido a verla su madre, preocupada.

“Querida, por qué no salimos a pasear?
Vayámonos de viaje, a un isla caribeña,
yo invito”, dice la madre, y agrega:
“no me gusta verte así, preciosa”.

“Mamá, mi hijo está muerto.
Sufro”, dice la rubia.

“Esa cosa no era tu hijo”,
dice la madre.

“Cómo lo sabes?”, pregunta la rubia.

“Bueno, nació de una sandía.
Era un engendro del demonio”, dice la madre.

“Era mi hijo y lo quise mucho”,
dice la rubia llorando,
arrancándose los pelos.

“Mi amor, tranquila,
tranquila”, dice la madre y la abraza.

Yo les cebo unos mates, mientras tanto.

El rinoceronte en un pub,
se sienta en la barra
y pide un destornillador,
bien cargadito. Se lo toma
de un solo trago, y pide otro, y otro, y otro.

“Sufre?”, le pregunta el albino,
que toma cerveza negra a su lado.

“Mucho”, dice el rinoceronte.

“Por qué sufre?”, le pregunta el albino.

“Porque no soy poeta”, dice el rinoceronte.

“Qué estupidez, hombre.
Quién quiere ser poeta en estos tiempos?
La poesía no le sirve a nadie,
créamelo”, dice el albino, bebiendo su cerveza.

“Puede ser, pero a mí me gustaría
ser poeta, un buen poeta”,
dice el rinoceronte, llorando.

La rubia duerme y ronca.
Me preparo un té negro y me siento a leer:

El rinoceronte en un pub, 
se sienta en la barra 
y pide un destornillador, 
bien cargadito. Se lo toma 
de un solo trago, y pide otro, y otro, y otro.


“Sufre?”, le pregunta el albino, 

que toma cerveza negra a su lado.


“Mucho”, dice el rinoceronte.



“Por qué sufre?”, le pregunta el albino.



“Porque no soy poeta”, dice el rinoceronte.



“Qué estupidez, hombre. 

Quién quiere ser poeta en estos tiempos? 
La poesía no le sirve a nadie, 
créamelo”, dice el albino, bebiendo su cerveza.


“Puede ser, pero a mí me gustaría 

ser poeta, un buen poeta”, 
dice el rinoceronte, llorando.

Cierro el libro, y me preparo otro té bien negro.
La rubia se está duchando.

“No hay cambio, sin cosas que cambien”,
dice el idiota.

“Y eso?”, pregunta la ardilla.

“Lo decía siempre el monje”,
dice el idiota.

“El sonido es cualquier
fenómeno que involucre
la propagación en forma de ondas elásticas
(sean audibles o no),
generalmente a través de un fluido
(u otro medio elástico)
que esté generando
el movimiento vibratorio de un cuerpo.

El sonido humanamente audible
consiste en ondas sonoras consistentes
en oscilaciones de la presión del aire,
que son convertidas en ondas mecánicas
en el oído humano y percibidas por el cerebro.
La propagación del sonido es similar
en los fluidos, donde el sonido toma la forma
de fluctuaciones de presión.
En los cuerpos sólidos la propagación
del sonido involucra variaciones
del estado tensional del medio.

La propagación del sonido involucra
transporte de energía sin transporte de materia,
en forma de ondas mecánicas que se propagan
a través de la materia sólida, líquida o gaseosa.
Como las vibraciones se producen en la misma
dirección en la que se propaga el sonido,
se trata de una onda longitudinal”,
dice el viejo de pelo gris.

“Wikipedia?”, pregunta el viejo pelado.

“Sí”, responde el viejo de pelo gris.

Subimos por una callecita
de piedra hasta la parte alta de la ciudad.
Cruzamos un puente de madera,
que atraviesa un arroyo cristalino.
Luego terminan las piedras
y sólo queda un sendero de tierra negra,
húmeda por una reciente lluvia.
Avanza la rubia delante mío,
con los pies descalzos que pronto
están negros de barro.

Hay una niña pidiendo en la calle.
Se le acerca un enano,
de su misma estatura y le dice:
“toma esta moneda, es mágica,
puedes comprar con ella lo que desees”.
La niña decide probar la moneda.
Va hasta una verdulería
y pide un kilo de bananas.
El verdulero le cobra exactamente
el valor de la moneda y se queda con ella.
Días después, el verdulero va a comprar
un auto usado,
con la moneda en el bolsillo,
pregunta al vendedor el precio
y es exactamente el valor de la moneda.
Compra el auto.
Ahora el vendedor de autos sale
del trabajo y en el camino
a casa una mujer le ofrece su cuerpo,
el hombre duda, pero no mucho y pregunta el precio,
 y el precio es, claro, el valor de la moneda,
así que paga el precio y yace con la mujer.
La meretriz ha ahorrado toda la vida
para comprarse una casa.
Y esa misma semana cierra el trato,
todo por el valor de la moneda.
El enano es quien le vende la casa
y recupera así la moneda.
Ahora vemos a la misma niña
del principio pidiendo una moneda,
y nuevamente el enano se le acerca,
pero esta vez le sugiere:
“gasta mejor tu moneda, no seas tonta, niña”.

El hombre en el desierto.
Golpea la puerta de una casa de madera.
Le abre una vieja con un cuenco vacío.
“Bebe y saciarás tu sed”, le dice la vieja al oído.
El hombre toma el cuenco en sus manos. “Rápido, rápido”,
dice la vieja. Pero ya es tarde,
el sol lo ha secado, y el viento ha desparramado el polvo
que fuera su cuerpo.
“Siempre es igual”, dice la vieja,
y cierra la puerta.
etcétera. etcétera

“El aire sabe lo que estamos pensando.
De hecho, el aire piensa por nosotros,
en este mismo momento”, pienso,
mientras la rubia sigue avanzando
por el sendero de barro, bajo la lluvia.

Llegamos a un puerto, en medio de la tormenta.
El perro lanudo nos da la bienvenida.
Subimos a la barca, el perro es alto y rema,
la barca es presa de las olas, que la dan vuelta.
El mar está picado y es gris como un lobo.
La rubia no sabe nadar,
la tomo por el cuello y busco la orilla,
pero está tan nublado que no veo nada.
La rubia cierra los ojos y se deja arrastrar.
Yo pataleo para mantenernos a los 2 a flote.

El coco cayó del cocotero.
Se rompió y surgió de adentro un cangrejo cantor que cantó:

“Soy algo que vive,
vengo de ninguna
parte,
no tengo nombre,
no tengo nombre,
vengo y vuelvo
de ninguna parte,
soy algo que vive,
no tengo nombre,
no tengo nombre”.

entonces

Dos sombras se encuentran,
bajo la luna amarilla. Saben que son la sombra
de una misma persona, pero en tiempos diferentes.
Apenas se entienden

mientras

Una mujer toca el piano.
Cada vez que presionan sus dedos
una tecla negra, un mundo desaparece

qué miedo!! oh!!!

Vemos a un conejo justo en el medio de la nada.
Una nada brillante y espumosa.
El conejo es rojo, como una frutilla.
Y nos mira.

entonces

se abre el libro y leemos:

El joven monje pálido
y yo nos quedamos contemplándonos mutuamente
en la Posada de Barnard
hasta que ambos nos echamos
a reír a carcajadas.
Las polillas rodeaban su barba,
poblada de casas. Me pareció que las series
de ventanas de las habitaciones
en que estaban divididas las casas
se hallaban en todos los estados posibles de decadencia
de persianas y cortinas,
de inservibles macetas, de vidrios rotos,
de marchitez llena de polvo y de miserables
recursos para tapar sus agujeros.
Luego el monje pálido me miró y dijo:

“Supongo, Belinda, que ya has saludado al señor Pip”.

“Soy a la vez ingeniero, carpintero, fontanero y jardinero, de modo que tengo toda suerte de oficios”, respondí, sin pensarlo.

“Ha dejado la iglesia y va a dedicarse al teatro. Y con el deseo de ser cómico, se ha venido a Londres conmigo”, dijo el monje pálido.

“Pero no volverás a comer?”, pregunté.

Me parecía que aquel hombre
respiraba más que otro cualquiera
y con mayor ruido, y me di cuenta de que,
inadvertidamente, había encogido uno de mis hombros,
en mis vanos esfuerzos para resguardarme de él.
El tiempo era bastante frío y lluvioso,
y los dos presos maldecían la baja temperatura,
que, antes de encontrarnos muy lejos,
nos había dejado a todos enmudecidos.

Volvimos a la orilla, por milagro.
Caminamos hasta alcanzar una casa de chapa,
entonces la rubia golpeó la puerta,
pidiendo ayuda a los gritos.

Abrió la puerta una vieja de ojos blancos.

“Pasen”, dijo.

Las sillas eran tan altas,
que tuvimos que usar escaleras para sentarnos en ellas.
Y de ahí, usamos otras escaleras para subir a la mesa.
La sopa de arvejas estaba recién servida
en un plato tan grande como un estadio de fútbol.

“Desde afuera, la casa no parece tan grande”,
pensó la rubia.

“Es cierto”, pensó la vieja.

Entonces el gigante
nos acercó un cucharón lleno de sopa,
pero era tan enorme y la sopa estaba tan caliente
que no pudimos tomar ni un sorbo.

“Lo siento tanto”, dijo el gigante,
soplando la sopa para enfriarla un poco.

“Tengo hambre”, pensó la rubia,
arrancándole un brazo a la vieja
y devorándolo crudo.

“No va convidarme?”, le preguntó la vieja,
llorando. Y la rubia se apiadó un poco,
partiendo el brazo en dos,
quedándose ella con la parte del codo
para arriba, dándole a la vieja el resto.

“¡Qué asco!”, pensó el gigante,
y yo cerré los ojos un segundo.

Cuando hubimos dejado atrás
la casa de chapa, estábamos todos adormecidos,
temblorosos y callados, sobre todo el gigante;
no pude reconocer nada en la oscuridad
ni por las luces y sombras que producían nuestros faroles.

Al despuntar el alba, el mar estaba seco,
y olía muy mal. Había una foca jugando
con una pelota de goma,
y el gigante tenía la nariz roja por el frío.

Vimos un ejército de millones de esclavos
avanzar por las colinas marrones,
arrastrando una ciudad entera, como si fueran
hormigas.

“Son sombras, no son personas”, dijo la rubia.
Y era cierto.

Llegamos hasta un pozo,
del que extrajimos, mediante una cubeta,
vino. Vino tinto.

“Este vino está oxidado”,
dijo la rubia, al mojar en la cubeta los labios.

“No me gusta el vino”, dijo el gigante,
llorando.

Avanzamos por una larga llanura, amarilla,
de trigo silvestre,
el gigante nos llevaba en el bolsillo
de su chaqueta de lana, para avanzar más rápido.
El sol estaba blanco, como los ojos de la vieja.

Al final de la llanura hay un abismo insalvable.
El gigante se detiene,
y de pronto oímos una voz como de trompeta que dice:

“Escribe en un libro lo que ves,
y envíalo a las siete Iglesias que están en Asia:
a Efeso, y a Esmirna, y a Pérgamo,
y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia, y a Laodicea”.

“No nos habla a nosotros”, dice la rubia.

Y nos volvimos hacia la voz
y vimos nueve candelabros de oro,
y en medio un hombre con cabeza de cabra,
vestido con ropas de seda azul,
y un cáliz en la mano,
y sus siete ojos eran de fuego,
y sus pies eran de hueso
y sus alas de pluma negra
como los buitres y abrió la boca
y su lengua era un río,
y el río era de lava
y caminaba sobre la lava un monje
 con los pies descalzos
y el monje gritó con toda su voz:

“¡No me vean!”,
y nos quedamos ciegos.



Bibliografía:

Sagradas Escrituras, traducción de Casiodoro de Reina, 1539.

La Biblia, versión Reina Valera, 1909.

Háblame de Amor (Valeria Lynch- Marcelo Alejandro), canción.

Manual de Derecho Romano Público y Privado, José Carlos Costa, Lexis Nexis, 2007.

Código Civil Argentino, con Legislación Complementaria, Abeledo-Perrot, 2007.

Fundamentos del Derecho, Ricardo Ginés García, 2da. Edición ampliada, Lectio, 2008.

La Cerámica y los hornos modernos, José María de la Poza Lleida, Oikos-Tau,1992.

T.A.Z., Hakim Bey, talasa ediciones, 1996.

Persia Sagrada, Georges Frilley, Abraxas, 1999.

La Ciencia del Verso, Mario Méndez Bejaramo, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1906.

En la tierra de los muertos, Miguel Olmo Buzzatti, Editora Nacional, 1924.

El Misterio de la Bidimensión, Daeyba Salazar, Daniela Ruggeri, Universidad Nacional de Quilmes, 1999.

Diccionario Filosófico, Voltaire, Akal, 1985.

Crónicas del rinoceronte, André Gide, Gallimard, 1921.

Los artículos de Wikipedia, se citan, respetando la licencia Commons Creative 3.0. Véase: http://es.wikipedia.org7

La Ilíada, traducción de Luis Segalá y Estalella, 1908.

De Rerum Natura, T. Lucretius Carus.

Aristotle's Metaphysics, W.D.Ross, Oxford, 1924.

Relación de Viaje, Odorico da Pordenone, introducción, notas y traducción de Nilda Gugliemi, Biblos, 1987.

Diccionario Español-Alemán de Bolsillo, Larousse, 1998.

Los 37 Poemas de Mao Tse Tung, versión de J.E.Adoum, Shapire, 1974.

A Don Rosa Toledo, Ramón Navarro e Hijo, canción.

Historia de la Filosofía, en cinco volúmenes, Jesús Mosterín, Alianza, 1996.

Historia del Pensamiento Filosófico y Científico, Vol. II, Giovanni Reale, Dario Antiseri, Herder, 1992.

Cuentos Tradicionales, Hermanos Grimm, dos volúmenes, Longseller, 2005.

La Vida es Sueño, Calderón de la Barca, edición de Evangelina Cuadros.

Amor I Love you, Marisa Monte, Canción.

El Ingenioso Hidalgo, Don Quixote de la Mancha, versión de La Biblioteca Virtual Cervantes.

Tragedias, Esquilo, traducción de Fernando S. Brieva Salvatierra.

La Divina Comedia, Dante Alighieri, traducción inédita de Pablo A.G. Ferro, canto I.

El Gigante, Goya, pintura.

Carmina Burana.

Biografías de Filósofos, Diógenes Laercio, traducido por José Luiz Sanz.

Marianela, Benito Pérez Galdós.

Grandes Esperanzas, Charles Dickens, traducido por Benito Pérez Galdós.

La Conjuración de Catilina, Salustio, traducido por Gabriel de Borbón.






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